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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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Varias personas dieron media vuelta y se alejaron por donde venían. Otras se quedaron mirando<br />

desde donde estaban. Algunos le gritaron al viejo:<br />

¡Busque sus serpientes y sáquelas de aquí! ¿Por qué las trajo? ¡En este pueblo no queremos<br />

serpientes!<br />

El viejo daba saltos de un lado para otro, y en medio de su angustia se volvió a Allal.<br />

Cuídame esto un minuto, hijo mío.<br />

Señaló el costal que estaba a sus pies en el suelo y, tomando un cesto que llevaba además <strong>del</strong> costal,<br />

dobló rápidamente la esquina y se metió por un callejón. Allal se quedó donde estaba. Nadie pasó cerca<br />

de él.<br />

El viejo no tardó en volver, jadeante y triunfal. Cuando los mirones que estaban en la plaza lo vieron<br />

de nuevo, se pusieron a gritar, esta vez a Allal:<br />

¡Muéstrale al berrani la salida <strong>del</strong> pueblo! ¡Aquí no puede andar con esas cosas! ¡Fuera! ¡Fuera!<br />

Recogiendo el pesado saco, Allal le dijo al viejo:<br />

Vámonos.<br />

Se alejaron de la plaza y atravesaron varías callejuelas hasta llegar al límite <strong>del</strong> pueblo. Entonces, el<br />

viejo alzó los ojos, vio las palmas negras recortadas sobre el cielo <strong>del</strong> anochecer, y se volvió al niño,<br />

que estaba a su lado.<br />

Vamos, repitió Allal, y tomó hacia la izquierda por el sendero pedregoso que llevaba a su casa. El<br />

viejo, confundido, no se movió.<br />

Puedes quedarte conmigo esta noche, le dijo Allal.<br />

¿Y éstas?, dijo el viejo, y señaló primero el costal y luego el cesto. Tienen que quedarse conmigo.<br />

Allal mostró los dientes al sonreír.<br />

Pueden venir también.<br />

Ya sentados en su casa, Allal miró el saco y el cesto.<br />

Yo no soy como la demás gente <strong>del</strong> pueblo, dijo.<br />

Le hizo bien oírse pronunciar estas palabras. Hizo una mueca de desprecio.<br />

Les da miedo pasar por la plaza por una serpiente. Usted lo vio.<br />

El viejo se rascó la barbilla.<br />

Las serpientes son como la gente, dijo. Tienes que llegar a conocerlas. Así, pueden hacerse tus<br />

amigas.<br />

Allal vaciló antes de preguntar:<br />

¿Las deja salir de vez en cuando?<br />

Siempre, dijo el viejo enfáticamente. No les cae bien estar encerradas. Tienen que llegar sanas a<br />

Taroudant, o el hombre no me las va a comprar.<br />

Comenzó a contar la larga historia de su vida como cazador de serpientes, y explicó cómo iba a<br />

Taroudant todos los años para visitar a un hombre que las compraba para los encantadores de serpientes<br />

de la hermandad de los Aissaoua de Marrakech. Allal preparó el té mientras escuchaba, y sacó un bol<br />

con pasta de kif para comerla con el té. Más tarde, cuando estaban cómodamente sentados en medio <strong>del</strong><br />

humo de la pipa de kif, el viejo soltó una risita. Allal se volvió para mirarlo.<br />

¿Las saco?<br />

¡Bueno!

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