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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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penitente, en el que el mediador es un judío. Un siglo después, la monja y poeta Hroswitha de<br />

Gandersheim adapta este texto a un poema narrativo, que más tarde alcanzará gran difusión con Gautier<br />

de Coincy. En España, su ejemplo más memorable es El mágico prodigioso de Calderón de la Barca,<br />

mientras que en Inglaterra lo es el inolvidable Melmoth el errabundo. Una de sus versiones más<br />

recientes la hallamos en el cuento <strong>del</strong> estadounidense Mack Reynolds, Martinis 12 to 1, en donde el<br />

diablo hace una apuesta con un hombre: ha servido trece martinis en la mesa, uno de ellos envenenado;<br />

cada vez que el hombre beba uno, el diablo le dará una cantidad de dinero, que irá subiendo…<br />

—Vampiros. El ser humano siempre ha tenido el deseo de pensar inconscientemente que el mal<br />

existe fuera <strong>del</strong> corazón humano. Ninguna figura, aparte <strong>del</strong> demonio, ha encarnado mejor tal idea que<br />

el príncipe de la noche. Sin embargo, como pura creación humana, el vampiro proviene <strong>del</strong> interior, y<br />

simboliza tanto sus oscuras obsesiones sexuales como su terror profundo a la muerte y su sorda angustia<br />

ante la corrupción y fugacidad de la carne. Es el mito moderno por antonomasia. Un hermoso resumen<br />

de las emociones subliminales de la sociedad contemporánea; de ahí su extraña perpetuidad, inmune al<br />

desgaste de los años, que lo hace resucitar periódicamente con una nueva novela, película o serie. Su<br />

última versión es la <strong>del</strong> zombi, tosco monstruo simbólicamente llano. Tieck, Polidori, Gautier, Le Fanu<br />

y Marion Crawford escribieron piezas maestras. [19]<br />

—Hombres lobo. El deseo inconsciente de convertirse en lobo es una fantasía bien conocida por la<br />

psicología moderna. El origen antropológico de tal pulsión ha de rastrearse en la antigua creencia sobre<br />

la transformación de las brujas en animales (gatos, perros, cerdos…) durante el aquelarre. Lutero arrojó<br />

un perro negro por la ventana al creer que se trataba de una encarnación <strong>del</strong> demonio. Pero la creencia<br />

en la licantropía viene de más atrás. Ya en época romana encontramos alusiones en Ovidio y, sobre<br />

todo, en Petronio. Cervantes, en Los trabajos de Persiles y Segismunda, alude, en boca de un astrólogo,<br />

a una enfermedad que los médicos llaman «manía lupina», lo que denota que en el siglo XVII la<br />

leyenda aún seguía viva. Los ejemplos literarios más célebres son Olalla, de Stevenson; Lokis, de<br />

Mérimée; El lobo blanco de las Montañas de Hartz, de Frederick Marryat; Gabriel—Ernest, de Saki, y,<br />

más recientemente, El cuento <strong>del</strong> licántropo, de Landolfi, o En compañía de lobos, de Angela Carter.<br />

—Las casas o lugares hechizados son un motivo clásico de la literatura victoriana, herencia de la<br />

novela gótica. El castillo de Otranto, la casa Usher, la mansión de Otra vuelta de tuerca, La casa en el<br />

confín de la tierra, de Hodgson; o la morada de Las ratas de las paredes, de Lovecraft; el hotel de El<br />

resplandor, de Stephen King, o las casas de muchos otros <strong>relato</strong>s. Las casas embrujadas ocupan un<br />

lugar central en la literatura fantástica. A veces son pisos o habitaciones, como la que ocupa el<br />

estudiante de La araña, o el <strong>del</strong> joven escritor <strong>del</strong> <strong>relato</strong> de Onions. En realidad, el tamaño o la forma<br />

carecen de importancia. Algunas historias nos hablan de cierta cualidad especial que tienen los lugares,<br />

y que los antiguos romanos llamaban genius loci. Así lo da a entender el escritor indio Nayer Masud (n.<br />

1936) en Lo oculto, donde un joven de la India contemporánea, que ha conseguido un trabajo<br />

relacionado con la inspección de viviendas, descubre asombrado que en ciertas habitaciones hay zonas<br />

que provocan miedo o un deseo desconocido. Tan sólo se trata de una sensación, pero es tan intensa que<br />

el protagonista le concede una total credibilidad. [20]<br />

En La habitación amueblada, O. Henry ofrece una breve muestra de su talento en un precario y<br />

sucio apartamento de Nueva York, empapelado en colores chillones, con horquillas, botones y un libro<br />

de adivinación onírica de los anteriores huéspedes. [21]

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