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Batalla por la memoria

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Prejuicio e identidad nacional 165<br />

ción meramente subjetiva y ponernos en todas <strong>la</strong>s posiciones posibles (<strong>la</strong>s<br />

de los otros). Dicho de otra manera, y recordando también lo inicialmente<br />

mencionado, el juicio debe contemp<strong>la</strong>r respecto de <strong>la</strong> categoría ‘negro’ el<br />

poder establecer todas <strong>la</strong>s posibilidades de predicación posibles en re<strong>la</strong>ción<br />

con el atributo predicado, como, <strong>por</strong> ejemplo, es culto, es inculto, es más o<br />

menos culto / inculto, no se somete a <strong>la</strong> cultura / incultura, etc.<br />

Como bien dice Arendt, el juicio alude a <strong>la</strong> facultad mental de “pensar<br />

en el lugar de todos los otros”; apunta a que nos liberemos de nuestras<br />

propias condiciones subjetivas, a que trascendamos nuestras propias limitaciones<br />

individuales y que comparemos nuestros juicios con los juicios<br />

posibles —no reales— de todos los otros y que seamos capaces de ponernos<br />

en el lugar del otro. No se trata aquí de una cuestión de empatía con el<br />

otro, ni de aceptar lo que los otros piensen, sino de “procesar” racionalmente<br />

todas <strong>la</strong>s posibilidades de juzgar contrarias a <strong>la</strong> mía. El acto de juzgar<br />

da cuenta de lo que Arendt l<strong>la</strong>ma una ‘mentalidad ensanchada’ y esta mentalidad<br />

es precisamente <strong>la</strong> contraria de aquel que se mueve guiado <strong>por</strong><br />

prejuicios (Cfr. Arendt 1977: 220-221). 16<br />

Por otro <strong>la</strong>do, el ‘prejuicio’ aludirá a quedarnos solo con una de <strong>la</strong>s<br />

posibilidades que el juicio establece o hace perceptibles, es decir, a quedarnos<br />

solo con nuestro propio punto de vista, con un punto de vista uni<strong>la</strong>teral,<br />

como podría ser el sostener so<strong>la</strong>mente que ser negro es sinónimo de incultura<br />

—‘el negro es inculto’—, <strong>por</strong> ejemplo. Aquí lo que estaríamos haciendo<br />

es entregarnos a una razón pasiva y, siguiendo siempre a Arendt, podemos<br />

decir que “darse o entregarse a tal pasividad es l<strong>la</strong>mada prejuicio”<br />

(Arendt 1978: 258). Lo que <strong>la</strong> autonomía racional —el pensar <strong>por</strong> uno<br />

mismo— debe hacer es precisamente liberarnos del prejuicio, lo cual se<br />

hace viable en <strong>la</strong> medida en que damos paso al juicio y podemos situarnos<br />

ante todas <strong>la</strong>s posibilidades de predicación posibles en torno de una categoría<br />

(social) dada. El juicio presupone siempre una razón nunca pasiva,<br />

pues aceptar pasivamente el pensamiento del otro significaría so<strong>la</strong>mente<br />

intercambiar los prejuicios del otro <strong>por</strong> los míos (Cfr. Arendt 1978: 258). No<br />

se trata pues de sustituir un prejuicio con otro, sino de salir de <strong>la</strong> dinámica<br />

del prejuicio a través del juicio.<br />

De esta manera, así como el juicio implica “pasar revista” a todas <strong>la</strong>s<br />

opiniones posibles sobre una misma categoría y el prejuicio implica solo<br />

16. Es im<strong>por</strong>tante recalcar que no se trata de una cuestión de empatía, pues no hay<br />

aquí nada semejante al pragmatismo de Rorty que propone hoy un incremento de <strong>la</strong><br />

sensibilidad: un ampliar al máximo <strong>la</strong> simpatía en miras al progreso moral y donde los<br />

sentimientos tienen un papel sustancial además de <strong>la</strong> razón (ver Rorty 1997).

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