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Batalla por la memoria

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258 Santiago López Maguiña<br />

El malentendido surgió a causa de que <strong>la</strong>s informaciones no fueron<br />

transmitidas con nitidez ni con <strong>la</strong> velocidad debidas, como consecuencia<br />

del estado de violencia y del nerviosismo que reinaba en Ayacucho desde<br />

que Sendero Luminoso inició <strong>la</strong> lucha armada, pero sobre todo a causa de<br />

que los participantes en el proceso comunicativo no compartían <strong>la</strong> misma<br />

lengua y los mismos códigos culturales. A ello se suma el hecho de que el<br />

movimiento subversivo activó e intensificó atávicas tendencias agresivas de<br />

los campesinos iquichanos. Desató una furia ancestral que se concretó en<br />

<strong>la</strong> brutalidad con que se asesinó a los periodistas. La ferocidad campesina<br />

es una propiedad <strong>la</strong>tente, que los errores comunicativos reavivan. Los campesinos<br />

aparecen desde el principio como seres bestiales que parecen quietos<br />

y pasivos.<br />

Es de subrayar que <strong>la</strong> brutalidad de los comuneros depende del “tipo<br />

de armas de que disponían (...) —huaracas, palos, piedras, hachas— y<br />

[de] (...) su rabia” (112), que para el Informe indicarían que el daño y el<br />

menoscabo producidos en los cuerpos atacados habían sido más duros y<br />

crueles que si se hubieran empleado otras armas. La re<strong>la</strong>ción entre brutalidad<br />

y armas de mano motiva a pensar que <strong>la</strong>s armas de fuego suponen <strong>la</strong><br />

ausencia de brutalidad, o al menos un grado de brutalidad menor. Las<br />

armas de mano tienen una conexión próxima con el cuerpo propio (el<br />

cuerpo del victimario) como con el cuerpo del otro (<strong>la</strong> víctima), mientras<br />

que <strong>la</strong>s armas de fuego tienen una conexión distante entre los cuerpos.<br />

El Informe propone con seguridad, aunque de un modo indeciso y<br />

cauteloso, que el crimen de Uchuraccay también fue atroz como consecuencia<br />

de los matices mágico religiosos propios de <strong>la</strong> cultura andina. El<br />

“crimen a <strong>la</strong> vez que político-social, pudo encerrar matices mágico-religiosos”<br />

(112), dice el Informe. Y continúa de un modo puntual: “Los<br />

ocho cadáveres fueron enterrados boca abajo, forma en que, en <strong>la</strong> mayor<br />

parte de <strong>la</strong>s comunidades andinas, se sepulta tradicionalmente a quienes<br />

consideran ‘diablos’ o seres que en vida ‘hicieron pacto’ con el espíritu<br />

del mal” (112). Explica enseguida que en “los Andes, el diablo suele ser<br />

asimi<strong>la</strong>do a <strong>la</strong> imagen de un ‘foráneo’”(112). Después describe que “los<br />

periodistas fueron enterrados en un lugar periférico a <strong>la</strong> comunidad, como<br />

queriendo recalcar su condición de forasteros”(112). Menciona de inmediato<br />

que “casi todos los cadáveres presentan huel<strong>la</strong>s de haber sido especialmente<br />

maltratados en <strong>la</strong> boca y en los ojos”(112), pues “también es<br />

creencia extendida, en el mundo andino, que <strong>la</strong> víctima sacrificada debe<br />

ser privada de los ojos, para que no pueda reconocer a sus victimarios y<br />

de <strong>la</strong> lengua para que no pueda hab<strong>la</strong>r y de<strong>la</strong>tarlos, y que los tobillos

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