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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

Ya llevaba más de un año de caminata, frita por los soles, congelada por los fríos, volada<br />

por los vientos, cuando la paralizó la nieve. Una tremenda tormenta de nieve se descargó sobre<br />

las montañas <strong>del</strong> oeste de Virginia.<br />

En el pueblo de Cumberland, Doris festejó su cumpleaños. Noventa velitas. Y siguió viaje en<br />

esquí.<br />

Esquiando viajó, a través de la nieve, todo el último mes.<br />

Mientras nacía el siglo veintiuno, llegó a la ciudad de Washington. Una multitud la acompañó<br />

hasta el Capitolio. Allí trabajan los legisladores, la mano de obra política de las grandes empresas<br />

que retribuyen sus servicios.<br />

Desde las gradas <strong>del</strong> Capitolio, Doris pronunció un lacónico discurso. Señalando el pórtico<br />

<strong>del</strong> Capitolio, dijo:<br />

–Esto se está convirtiendo en una casa de putas.<br />

Y se fue.<br />

Civilización y barbarie<br />

Mientras los dioses duermen, o se hacen los dormidos, la gente camina. Es día de mercado<br />

en este pueblo perdido en las afueras de Totonicapán, y hay mucho vaivén. Desde otras aldeas,<br />

llegan las mujeres, cargando bultos, por los senderos verdes. Ellas se encuentran en el mercado,<br />

hoy aquí o mañana allá, en este pueblo o en otro, como dientes que van hacia la boca, y<br />

charlando se van poniendo al día, lentamente, mientras venden, poquito a poco, alguna que otra<br />

cosa.<br />

Una vieja señora despliega su paño en el suelo, y allí acuesta lo suyo: sahumerios de copal,<br />

tintes de añil y de cochinilla, algunos chiles bien picantes, hierbas de olor, un tarro de miel<br />

silvestre; una muñeca de trapo y un muñeco de barro pintado; fajas, cordones, cintas; collares de<br />

semillas, peines de hueso, espejitos...<br />

Un turista, recién llegado a Guatemala, quiere comprarle todo.<br />

Como ella no entiende, le dice con las manos: todo. Ella niega con la cabeza. Él insiste: tú<br />

me dices cuánto pides, yo te digo cuánto pago. Y repite: te compro todo. Habla cada vez más<br />

fuerte. Grita. Ella, estatua sentada, calla.<br />

El turista, harto, se va. Piensa: Este país nunca va a llegar a nada.<br />

Ella lo mira alejarse. Piensa: Mis cosas no quieren irse contigo.<br />

El mercado global<br />

Árboles de color canela, frutos dorados.<br />

Manos de caoba envuelven las semillas blancas en paquetes de grandes hojas verdes.<br />

Las semillas fermentan al sol. Después, ya desenvueltas, el sol las seca, a la intemperie, y<br />

lentamente las pinta de cobre.<br />

Entonces, el cacao inicia su viaje por la mar azul.<br />

Desde las manos que lo cultivan hasta las <strong>bocas</strong> que lo comen, el cacao se procesa en las<br />

fábricas de Cacibury, Mars, Nestlé o Hershey y se vende en los supermercados <strong>del</strong> mundo: por<br />

cada dólar que entra en la caja, tres centavos y medio van a las aldeas de donde el cacao viene.<br />

Un periodista de Toronto, Richard Swift, estuvo en una de esas aldeas, en las montañas de<br />

Ghana.<br />

Recorrió las plantaciones.<br />

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