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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

Ladrones de palabras<br />

Según el diccionario de nuestro <strong>tiempo</strong>, las buenas acciones ya no son los nobles gestos <strong>del</strong><br />

corazón, sino las acciones que cotizan bien en la Bolsa, y la Bolsa es el escenario donde ocurren<br />

las crisis de valores.<br />

El mercado ya no es el entrañable lugar donde uno compra frutas y verduras en el barrio.<br />

Ahora se llama Mercado un temible señor sin rostro, que dice ser eterno y nos vigila y nos castiga.<br />

Sus intérpretes anuncian: El Mercado está nervioso, y advierten: No hay que irritar al Mercado.<br />

Comunidad internacional es el nombre de los grandes banqueros y de los jefes guerreros.<br />

Sus planes de ayuda venden salvavidas de plomo a los países que ellos ahogan y sus misiones<br />

de paz pacifican a los muertos.<br />

En los Estados Unidos, el Ministerio de Ataques se llama Secretaría de Defensa, y se llaman<br />

bombardeos humanitarios sus diluvios de misiles contra el mundo.<br />

En una pared, escrito por alguien, escrito por todos, leo: “A mí me duele la voz".<br />

Hurtos y rapiñas<br />

Las palabras pierden su sentido, mientras pierden su color la mar verde y el cielo azul, que<br />

habían sido pintados por gentileza de las algas que echaron oxígeno durante tres mil millones de<br />

años.<br />

Y la noche pierde sus estrellas. Ya hay carteles de protesta clavados en las grandes<br />

ciudades <strong>del</strong> mundo:<br />

No nos dejan ver las estrellas.<br />

Firmado: La gente.<br />

Y en el firmamento han aparecido ya muchos carteles que claman:<br />

No nos dejan ver a la gente.<br />

Firmado: Las estrellas.<br />

Un caso muy común<br />

A sus años, doña Chila Monti ya estaba en la frontera entre la tierra y el cielo, más cerca <strong>del</strong><br />

arpa que de la guitarra.<br />

El hijo, Horacio, lo sabía, pero se pegó un susto cuando la vio: le giraban los ojos, tenía el<br />

corazón en un sofoco y las manos tembleques. Con el poco aire que le quedaba, doña Chila pudo<br />

musitar:<br />

–Me robaron.<br />

Cuando Horacio preguntó qué cosas le habían robado, ella recuperó al instante la visión, la<br />

respiración y el pulso. Y el habla. Indignada, dijo:<br />

–¿,Cosas? Vos bien sabés que yo no tengo nada. ¿Qué se iban a llevar? Me iré con lo<br />

puesto, cuando Dios me llame.<br />

Y puso los puntos sobre las íes:<br />

–Cosas, no. Los ladrones me robaron las ideas.<br />

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