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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
Los actores profesionales dramatizan la función. Un primer plano muestra los rostros<br />
atónitos de los policías. La fiera apunta su ametralladora, que en un minuto dispara dos mil balas<br />
tres veces más veloces que el sonido. La camioneta policial estalla. En la puesta en escena, no<br />
faltan los efectos especiales: las llamas de la explosión dibujan, en el aire, el rostro <strong>del</strong> asesino,<br />
que cínicamente sonríe.<br />
La televisión lo acusa y lo juzga. Lo condena, sin escucharlo, y lo marca para morir. No será<br />
fácil. Marcos Capeta es el jefe de una banda numerosa.<br />
Se desata la fulminante cacería. De la ejecución se encargan las fuerzas <strong>del</strong> orden.<br />
En el programa siguiente, la inmensa teleplatea suspira y aplaude. Las pantallas exhiben el<br />
trofeo. Al cabo de un largo combate, la sociedad tiene un enemigo menos.<br />
Nilo Batista se toma el trabajo de leer el expediente judicial y el informe policial. El forajido<br />
ha caído, acribillado, en una casa solitaria, No tenía, ni había tenido, ninguna ametralladora, y su<br />
banda numerosa consistía de un niño de catorce años, que ha muerto a su lado.<br />
El alegato<br />
–Declare su versión de los hechos –mandó el juez.<br />
El escribiente, las manos en el teclado, transcribió los dichos <strong>del</strong> acusado, conocido por su<br />
apodo de El Tornillo, residente en la ciudad de Melo, mayor de edad, de estado civil soltero, de<br />
profesión desocupado.<br />
El acusado no negó su responsabilidad en el <strong>del</strong>ito que se le imputaba. Sí, él había<br />
estrangulado una gallina que no era de su propiedad. Alegó:<br />
–Tuve que matarla. Hacía <strong>tiempo</strong> que me chiflaba la panza vacía.<br />
Y concluyó:<br />
–Fue en defensa propia, señor juez.<br />
La sentencia<br />
Estábamos en rueda de vinos, empanadas y cantarelas, con el Perro Santillán, el Diablero<br />
Arias y otros amigos, cuando alguien invitó al Petete, que era finado, y el Petete vino a echarse<br />
unos tragos con nosotros.<br />
Yo no lo conocía, pero ese mediodía, bebiendo y cantando con este petizo panzón, nos<br />
hicimos amigos. Y él me contó que había muerto porque siendo pobre tuvo la pésima idea de<br />
enfermarse. La diabetes lo atacó en plena noche y el hospital de Jujuy no tenía insulina.<br />
La cárcel<br />
En 1984, enviado por alguna organización de derechos humanos, Luis Niño recorrió las<br />
galerías de la cárcel de Lurigancho, en Lima.<br />
Luis se hundió en aquella soledad amontonada. A duras penas se abrió paso entre los<br />
presos haraposos o desnudos.<br />
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