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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
Coplas<br />
En los <strong>tiempo</strong>s en que una grabadora ocupaba todo un caballo, Lauro Ayestarán andaba a<br />
campo traviesa, recogiendo la memoria de la música.<br />
En busca de coplas perdidas, Lauro llegó una vez a un rancho escondido en las lejanías de<br />
Tacuarembó. Allí vivía un criollo que había sido mozo bailarín y guitarrero y diestro en duelos de<br />
versos.<br />
Estaba aviejado el hombre. Ya no iba y venía de pueblo en pueblo y de fiesta en fiesta.<br />
Caminaba poco y se caía mucho, y para levantarse se apoyaba en el lomo de alguno de sus<br />
perros. Ya no veía. Tampoco cantaba, más bien soplaba palabras, pero tenía fama de memorioso:<br />
–De lo que hay, no falta nada –susurraba, golpeteándose la cabeza con un dedo.<br />
Guitarra en mano, nomás rozándola, el viejo verseó, canturreó, tarareó. En la atardecida,<br />
sonaron ronquitas las palabras que celebraban la memoria de las vacas sueltas y los hombres<br />
libres.<br />
Giraban y gira bcIn los carretes de la grabadora. El coplero ciego escuchaba el zumbido sin<br />
comentarios, hasta que por fin preguntó qué era ese ruidito.<br />
–Ésta es una máquina para guardar voces –explicó Ayestarán. Toqueteó la grabadora y<br />
volvieron a sonar los versos recién cantados.<br />
El viejo escuchó su propia voz por primera vez en la vida.<br />
No le gustó ni un poquito la imitación ésa.<br />
Ídola<br />
Algunas noches, en los cafés, la competencia venía brava:<br />
–A mí, en los <strong>tiempo</strong>s de la infancia, me meó un león<br />
–decía uno, sin alzar la voz, negando importancia a su tragedia.<br />
–A mí, lo que más me gustaba era caminar por las paredes –confesaba otro, y se quejaba<br />
porque en su casa le prohibían el pasa<strong>tiempo</strong>.<br />
Y otro:<br />
–Yo, de muchacho, escribía poemas de amor. Los perdí en un tren. ¿Y quién los encontró?<br />
Neruda.<br />
Don Arnaldo, de profesión odontólogo, no se dejaba intimidar. Acodado en el mostrador,<br />
soltaba un nombre:<br />
–Libertad Lamarque.<br />
Esperaba el impacto, y después: ––<br />
–¿Les suena?<br />
Y entonces evocaba su encuentro con la Novia de América.<br />
Don Arnaldo no_xnentíá,, Una madrugada, allá por los años treinta, Libertad Lamarque,<br />
cantante y actriz, venía sufriendo duro castigo en un hotel. de Santiago de Chile. El marido le<br />
estaba volando bofetadas, porque más vale prevenir que curar, y en plena biaba Libertad gritó:<br />
–íBasta! íVos lo quisiste!<br />
y se arrojó en picada desde la ventana <strong>del</strong> cuarto piso. Rebotó en un tollo y cayó encima <strong>del</strong><br />
odontólogo, que venía de visitar a su mamá y justo en ese momento pasaba por la vereda.<br />
Libertad quedó intacta, y también intacta quedó su bata de damasco ornada de dragones chinos:<br />
pero el aplastado don Arnaldo fue conducido, en ambulancia, al hospital.<br />
Cuando se le recompuso el hueserío, y le quitaron sus vendajes de momia, don Arnaldo<br />
empezó a contar la historia que después siguió contando, hasta el fin de sus días. en los cafés y<br />
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