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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
Al cabo de unos días de combate, el rebelde fue vencido.<br />
Desde entonces, la ciudad duerme con un solo ojo.<br />
Voces<br />
Pedro Saad caminó sobre las aguas <strong>del</strong> río Volga, que el invierno había congelado. Fue en<br />
el centro de Rusia, una tarde de mucho frío. Él estaba solo, pero acompañado: mientras andaba<br />
iba sintiendo, a través de las gruesas suelas de las botas, la vibración <strong>del</strong> río que estaba vivo bajo<br />
el hielo.<br />
La inundación<br />
Las calles eran obras de florería; las iglesias, <strong>del</strong>icias de confitería; los palacios, regalos de<br />
juguetería.<br />
Pero la bella Antigua, la capital de Guatemala, vivía con el corazón en la boca, entre los<br />
vómitos y los sacudones de la tierra enojada. Los volcanes la condenaban a zozobra perpetua. Lo<br />
que no gastaba en lágrimas, se le iba en suspiros.<br />
En 1773, la tierra corcoveó como nunca. Y lo peor fue que el río se salió de cauce y ahogó a<br />
las gentes y a las casas. Y los que sobrevivieron a la inundación no tuvieron más remedio que huir<br />
a la disparada para fundar, lejos, otra ciudad.<br />
El río que se desbordó se llamaba, se llama, Pensativo.<br />
pide.<br />
Caracoles<br />
Pedimos ayuda a los dioses, a los diablos y a las estrellas <strong>del</strong> cielo. A los caracoles, nadie<br />
Pero gracias a los caracoles no mueren ahogados los indios shipibos, cada vez que el río<br />
Ucayali se pone de mal humor y sus aguas alborotadas invaden la tierra y atropellan cuanta cosa<br />
encuentran.<br />
Los caracoles avisan. Antes de cada calamidad, dejan sus huevos pegados a los troncos de<br />
los árboles, bastante arriba de la altura adonde llegará la creciente. Y jamás se equivocan en el<br />
cálculo.<br />
El diluvio<br />
Harto de tanta desobediencia y pecado, Dios había decidido borrar de la faz de la tierra toda<br />
la carne creada por su mano. Iban a ser exterminadas las gentes y las bestias y las sierpes y<br />
hasta las aves <strong>del</strong> cielo.<br />
Cuando el sabio Johannes Stoeffler dio a conocer la fecha exacta <strong>del</strong> segundo diluvio<br />
universal, que iba a sepultar a todos bajo las aguas el día 4 de febrero de 1524, el conde von<br />
Igleheim se encogió de hombros. Pero entonces ocurrió que Dios en persona se le apareció en<br />
sueños, barba de relámpagos, voz de trueno, y le anunció:<br />
–Morirás ahogado.<br />
El conde von Igleheim, que era capaz de repetir la Biblia entera de memoria, saltó <strong>del</strong> lecho<br />
y mandó llamar de urgencia a los mejores carpinteros de la región. Y en un santiamén apareció en<br />
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