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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
Para evitar esos graves riesgos, la muestra se anunció, pero nunca ocurrió. Todo se redujo<br />
a la exhibición <strong>del</strong> Enola Gay, el avión que había descargado las bombas, para que los patriotas<br />
fervorosos pudieran besarle la nariz.<br />
El sastre<br />
Juró que iba a volar. Lo juró por todos los ojales que había abierto y los botones que había<br />
colocado y por los incontables trajes y vestidos y abrigos que había medido, recortado, hilvanado<br />
y cosido, puntada tras puntada, a lo largo de los días de su vida.<br />
Y desde entonces, el sastre Reichelt consagró todo su <strong>tiempo</strong> a la confección de unas<br />
enormes alas de murciélago. Las alas eran plegables, para que pudieran entrar en la covacha<br />
donde él tenía taller y vivienda.<br />
Por fin, al cabo de mucho trabajo, quedó lista esa complicada armazón de tubos y varillas de<br />
metal, toda recubierta de tela.<br />
El sastre pasó la noche sin dormir, rogando a Dios que le regalara un día de viento. Y a la<br />
mañana siguiente, una mañana de aire fuerte <strong>del</strong> año 1912, subió a lo más alto de la torre Eiffel,<br />
desplegó sus alas y voló su muerte.<br />
El avión<br />
Flameaban, altas, las banderas.<br />
Las autoridades espantaban las vacas que se metían a pastar en la pista.<br />
Nadie había faltado. El pueblo entero de Lorica llevaba horas esperando. Encajes, lacitos,<br />
corbatas: almidonados como para boda o bautismo, clavados los ojos en el cielo, todos se<br />
achicharraban al sol sin ninguna queja.<br />
Desde lejos, lo vieron venir. Y tragaron saliva. Y cuando el esperado se lanzó a tierra, el<br />
ruido de guerra y el latigazo de viento provocaron una estampida general en la concurrencia.<br />
Nunca se había visto un avión en el pueblo de Lorica. La multitud, boquiabierta, miraba de<br />
lejos. A la distancia se adivinaba un brillo envuelto en neblina de polvo rojo. Ya las hélices habían<br />
dejado de girar. Un valiente rompió filas, corrió hacia el jamás visto y a la vuelta informó que olía o<br />
jabón.<br />
Cuando estalló la música, dos orquestas que al mismo <strong>tiempo</strong> tocaban el himno patrio y un<br />
popurrí de vallenatos, la multitud atropelló. Los pasajeros fueron bajados en andas y el piloto se<br />
ahogó en un mar de flores. Celebrando la aparición <strong>del</strong> venido <strong>del</strong> cielo, se echó a correr el trago<br />
fuerte y se desató la parranda, dale y dale, en las calles <strong>del</strong> pueblo.<br />
El avión había hecho una escala, una paradita para seguir viaje hacia otros rumbos, pero ya<br />
no pudo despegar. –Ése fue el primer secuestro aéreo de la historia de Colombia –cuenta David<br />
Sánchez–Juliao, el más joven de los secuestradores.<br />
Vuelo sin mapa<br />
Ella era el avión. Tendida en la noche, volaba.<br />
De pronto, se dio cuenta de que había perdido el rumbo, y ni siquiera recordaba adónde<br />
debía ir.<br />
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