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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
Llovían los misiles sobre Belgrado, y cada estallido se repetía muchas veces en la cabeza<br />
de Slava.<br />
Noche tras noche, durante setenta y ocho noches de la primavera de 1999, ella no pudo<br />
dormir.<br />
Cuando la guerra terminó, tampoco pudo:<br />
–Es el silencio –decía–. Este silencio insoportable.<br />
Los otros guerreros<br />
Mientras los misiles eran sufridos por Yugoslavia, celebrados por la televisión y vendidos por<br />
las jugueterías <strong>del</strong> mundo, dos muchachos realizaron el sueño de la guerra propia.<br />
A falta de enemigo, eligieron lo que tenían más a mano. Eric Harris y Dylan Klebold mataron<br />
a trece y dejaron un tendal de heridos, en la cafetería <strong>del</strong> colegio Columbine, donde estudiaban.<br />
Fue en Littleton, una ciudad que vive de la fábrica de misiles de la empresa Lockheed. Eric y<br />
Dylan no usaron misiles. Usaron pistolas, rifles y municiones que compraron en el supermercado.<br />
Y después de matar, se mataron.<br />
La prensa informó que habían colocado, además, dos bombas de propano, para volar el<br />
colegio con todos sus ocupantes, pero las bombas no estallaron.<br />
La prensa casi no mencionó otro plan que tenían, por lo absurdo que era: estos jóvenes<br />
enamorados de la muerte pensaban secuestrar un avión y estrellarlo contra las torres gemelas de<br />
Nueva York.<br />
Bienvenidos al nuevo milenio<br />
Dos años y medio después de esa balacera en el colegio, las torres gemelas de Nueva York<br />
se derrumbaron como castillos de arena seca.<br />
Este ataque terrorista mató a tres mil trabajadores.<br />
El presidente George W. Bush recibió, así, permiso para matar. Proclamó la guerra infinita,<br />
guerra mundial contra el terrorismo, y al ratito invadió Afganistán.<br />
Este otro ataque terrorista mató a tres mil campesinos. Fogonazos, explosiones, alaridos,<br />
maldiciones: estallaban las pantallas de la televisión. Cada día repetían la tragedia de las torres,<br />
que se confundía con los estallidos de las bombas que caían sobre Afganistán.<br />
En un pueblo perdido, lejos <strong>del</strong> manicomio universal, Naúl Ojeda estaba sentado en el suelo,<br />
junto a su nieto de tres años. El niño dijo:<br />
–El mundo no sabe dónde está su casa.<br />
Estaban mirando unos mapas.<br />
Podían haber estado mirando un noticiero.<br />
Noticiero<br />
La industria <strong>del</strong> entretenimiento vive <strong>del</strong> mercado de la soledad.<br />
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