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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

Las flores de cinco dedos, <strong>del</strong> árbol de las manitas, daban serenidad y coraje al corazón.<br />

Los conquistadores encontraron estas novedades en México. Las llevaron a España, junto<br />

con otras hierbas, de nombres indígenas impronunciables, que bajaban la fiebre, mataban los<br />

parásitos, liberaban la orina trancada o anulaban el veneno de las serpientes.<br />

La antigua farmacia americana fue bien recibida en Europa.<br />

Pero unos años después, la Santa Inquisición desató la cacería. La sabiduría de las plantas<br />

era un instrumento de brujas y demonios, disfrazados de médicos, que merecían el suplicio o la<br />

hoguera. Por debajo de sus ropajes exóticos, asomaban las pezuñas <strong>del</strong> Maligno.<br />

Esos brebajes y esos ungüentos venían de América, <strong>del</strong> infierno, como los fuegos <strong>del</strong><br />

chocolate y los humos <strong>del</strong> tabaco, que invitaban a pecar en lecho ajeno, y como los hongos<br />

demoníacos, que los paganos comían para flotar en los aires por las malas artes de sus idolatrías.<br />

Señora que cura<br />

Esta montaña, Les una montaña?<br />

LO es una mujer echada al sol, de altas tetas y rodillas alzadas?<br />

En lengua de los navajos, se llama Diichiti.<br />

Las nubes le riegan el cuerpo curandero, donde brotan las hierbas que dan a los enfermos<br />

remedio o consuelo. Sus entrañas son de piedra pómez. La empresa Arizona Tufflite la ha<br />

mordido durante años. Está en carne viva. Poca es la piel verde que le queda. Las enormes<br />

heridas se ven de lejos.<br />

Las excavaciones se multiplicaron desde que la moda mandó envejecer lo_ nuevo, y se<br />

impusieron en el mercado los pantalones vaqueros gastados con piedra pómez. Pero también se<br />

multiplicaron las protestas, y esta vez fueron un solo trueno. Unieron sus voces los navajos, los<br />

hopis, los hualapais, los dinés, los zunis y otros pueblos, tradicionalmente divididos por quienes<br />

sobre ellos imperan. Y la empresa tuvo que irse.<br />

Mientras el nuevo milenio nacía, los indios empezaron a curar a la mujer que los cura.<br />

Señora que escucha<br />

Al mismo <strong>tiempo</strong>, miles de leguas al sur, los indios u ‘wa fueron expulsados a balazos de sus<br />

tierras en las montañas de Samoré. Helicópteros y tropas de infantería despejaron el camino a la<br />

empresa Occidental Petroleum, y la prensa colombiana difundió palabras de bienvenida a esta<br />

avanzada <strong>del</strong> progreso en un medio hostil.<br />

Cuando los taladros comenzaron su tarea, los expertos anunciaron que la perforación iba a<br />

rendir no menos de mil cuatrocientos millones de barriles de petróleo.<br />

Al amanecer y al atardecer de cada día, los indios se juntaban para cantar sus conjuros en<br />

las cumbres neblinosas.<br />

Al cabo de un año, la empresa había gastado sesenta millones de dólares y ni una sola gota<br />

había aparecido. Los u ‘wa comprobaron, una vez más, que la tierra no es sorda. La tierra los<br />

había escuchado y había escondido el petróleo, su sangre negra, para que no murieran los<br />

árboles, ni se secaran los pastos, ni dieran veneno los manantiales.<br />

En su lengua, u ‘wa significa gente que piensa.<br />

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