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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

cementerio llegaron trayendo a pulso un ataúd sin flores ni dolientes. Y tras ese ataúd entraron, en<br />

cortejo, algunos de los que estaban esperando a Héctor.<br />

¿Por error? ¿Se equivocaron de ataúd? Quien sabe. Era muy de Héctor eso de ofrecer sus<br />

amigos al muerto que estaba solo.<br />

La puerta<br />

Carlos Fasano había pasado seis años conversando con un ratón y con la puerta de la celda<br />

número 282.<br />

El ratón no era muy consecuente, se escabullía y volvía cuando quería, pero la puerta<br />

estaba siempre.<br />

Después, la cárcel se convirtió en un shopping center de Montevideo. El centro de reclusión<br />

pasó a ser un centro de consumo y ya sus prisiones no encerraban gente, sino trajes de Armani,<br />

perfumes de Dior y videos de Panasonic.<br />

Las puertas de las celdas fueron a parar a la barraca que las compró.<br />

Allí, Carlos encontró su puerta. No tenía número, pero la reconoció en seguida. Esos eran<br />

los tajos que había cavado con la cuchara. Esas eran las manchas, las viejas manchas de la<br />

madera, los mapas de los países secretos adonde él había viajado a lo largo de cada día de<br />

encierro.<br />

Ahora la puerta se alza, a la intemperie, en lo alto de una loma donde está prohibido cerrar.<br />

La memoria<br />

Peleó, fue herido, cayó preso.<br />

Ya lo habían dejado bastante muerto en las cámaras de tortura, cuando un tribunal militar lo<br />

condenó a morir <strong>del</strong> todo.<br />

Supo que estaba solo. Lo que quedaba de él había sido olvidado por sus compañeros.<br />

Dejado de todos, esperaba que la muerte concluyera su trabajo.<br />

En la soledad <strong>del</strong> calabozo, hablaba con la pared.<br />

Pero antes que la muerte llegó el fin de la guerra; y fue liberado. –<br />

Y en las calles de la ciudad de San Salvador siguió conversando con las paredes, y les<br />

pegaba puñetazos y cabezazos porque no le contestaban.<br />

Fue a parar al manicomio. Allí lo tenían atado a la cama. Ya ni con las paredes hablaba.<br />

Norma, que años atrás había sido su amiga, fue a visitarlo. Lo desataron. Ella le dio una<br />

manzana. Sin decir palabra, él se quedó mirando la manzana entre sus manos, ese mundo rojo y<br />

luminoso, y al rato despedazó la manzana con los dientes y se levantó y repartió los trocitos,<br />

cama por cama, entre todos los demás.<br />

Así, Norma supo:<br />

–Luis está loco, pero sigue siendo Luis.<br />

Tik<br />

En el verano de 1972, Carlos Lenkersdorf escuchó esta palabra por primera vez.<br />

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