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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
blasfemia y blasfemia, alguna historia de sus viajes al extranjero. Aquel obrero errante había<br />
trabajado en Inglaterra, Holanda, Noruega, Alemania, y hasta en Cataluña.<br />
Sus relatos siempre terminaban igual. Con el martillo señalaba el ventanal, invadido por los<br />
pájaros, y más allá señalaba el sendero <strong>del</strong> bosque de Cambre. Nadie aparecía por allí, como no<br />
fuera algún lugareño que llevaba, montado en burro, una carga de leña. El sendero era no más<br />
que un tajo de polvo entre los árboles.<br />
–¿Lo ve?–preguntaba. Y sentenciaba:<br />
–Yo anduve muchos caminos. Y me cago en el camino <strong>del</strong> Calvario, en el camino de<br />
Santiago y en todas las autopistas. Porque sepa usted, vaya sabiendo, que todo lo que hay para<br />
ver en el mundo, y en el alto cielo, pasa por ese caminito ahí.<br />
más.<br />
Itinerario de las hormigas<br />
Las hormigas <strong>del</strong> desierto asoman desde las profundidades y se lanzan a los arenales.<br />
Buscan comida por aquí, por allá; y en sus andanzas se van apartando de su casa más y<br />
Mucho después regresan, desde lejos, cargando a duras penas los alimentos que han<br />
encontrado donde nada había.<br />
El desierto se burla de los mapas. La arena, revuelta por el viento, nunca está donde estaba.<br />
En esa ardiente inmensidad, cualquiera se pierde. Pero las hormigas recorren el camino más<br />
corto hacia su casa. Marchando en línea recta, sin vacilar, vuelven al exacto punto de salida, y<br />
excavan hasta encontrar el minúsculo orificio que conduce a su hormiguero. Jamás confunden el<br />
rumbo, ni se meten en agujero ajeno.<br />
Nadie entiende cómo pueden saber tanto estos cerebritos que pesan un miligramo.<br />
La ruta de los salmones<br />
A poco de nacer, los salmones abandonan sus ríos y se marchan a la mar.<br />
En aguas lejanas pasan la vida, hasta que emprenden el largo viaje de regreso.<br />
Desde la mar, remontan los ríos. Guiados por alguna brújula secreta, nadan a<br />
contracorriente, sin detenerse nunca, saltando a través de las cascadas y de los pedregales. Al<br />
cabo de muchas leguas, llegan al lugar donde nacieron. Vuelven para parir y morir.<br />
En las aguas saladas, han crecido mucho y han cambiado de color. Llegan convertidos en<br />
peces enormes, que <strong>del</strong> rosa pálido han pasado al naranja rojizo, o al azul de plata, o al<br />
verdinegro.<br />
El <strong>tiempo</strong> ha transcurrido. y los salmones ya no son los que eran. Tampoco su lugar es el<br />
que era. Las aguas transparentes de su reino de origen y destino están cada vez menos<br />
transparentes, y cada vez se ve menos el fondo de grava y rocas. Los salmones han cambiado y<br />
su lugar también ha cambiado. Pero ellos llevan millones de arios creyendo que el regreso existe,<br />
y que no mienten los pasajes de ida y vuelta.<br />
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