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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
sobra, comen las hembras. Y al final, si algo queda todavía, comen los cachorros. Si no queda<br />
nada, se joden.<br />
La hiena, mamífero carnívoro de la familia de los hiénidos, tiene otras costumbres. Es el<br />
caballero quien trae la comida; y él come último, después que se han servido los niños y las<br />
damas.<br />
Para elogiar, decimos: Es un león. Y para insultar: Es una hiena. La hiena se ríe. Por qué<br />
será.<br />
El murciélago<br />
El conde Drácula le dio mala fama.<br />
Aunque Batman hizo lo posible por mejorarle la imagen, el murciélago sigue provocando<br />
más terror que gratitud. Pero el símbolo <strong>del</strong> reino de las tinieblas no atraviesa la noche en busca<br />
de pescuezos humanos. En realidad, el murciélago nos hace el favor de combatir la malaria<br />
cazando mil mosquitos por hora y tiene la gentileza de devorar los insectos que matan las plantas.<br />
A pesar de nuestras calumnias, este eficiente pesticida no nos enferma de cáncer ni nos<br />
cobra nada por sus servicios.<br />
El tiburón<br />
En el cine y en la literatura, este monstruo artero y sanguinario navega por los mares <strong>del</strong><br />
mundo, con sus fauces siempre abiertas y su dentadura de mil puñales: piensa en nosotros y se<br />
relame.<br />
Fuera <strong>del</strong> cine y de la literatura, el tiburón no muestra el menor interés en la carne humana.<br />
Rara vez nos ataca, como no sea en defensa propia o por error. Cuando algún tiburón muy miope<br />
nos confunde con un <strong>del</strong>fín o un lobo marino, pega un mordisco y escupe con asco: somos de<br />
mucho hueso y poca carne, y nuestra poca carne tiene un sabor horrible.<br />
Los peligrosos somos nosotros, y bien lo saben los tiburones; pero ellos no hacen películas,<br />
ni escriben novelas.<br />
El gallo<br />
El célebre gallo de Morón no era heraldo ni símbolo <strong>del</strong> nuevo día.<br />
Era, dicen que era, juez, o recaudador de tributos, o enviado <strong>del</strong> rey. Se llamaba Gallo, de<br />
apellido, y pisando pueblo decía:<br />
–Donde este gallo canta, los demás callan.<br />
Adulón y humillador, hacia arriba lamía y hacia abajo escupía.<br />
Durante años callaron los callados, hasta que un buen día asaltaron el palacete donde se<br />
ejercía el abuso, atraparon al abusón, le arrancaron las ropas y desnudo lo corrieron, a pedradas,<br />
por las calles.<br />
Ocurrió, dicen que ocurrió, hace cosa de cinco siglos, en Morón de la Frontera, pero<br />
cualquiera que visite la ciudad puede ver a ese gallo desplumado, esculpido en bronce, corriendo<br />
todavía. Es una advertencia: para que te cuides, tú, mareado por el poder o el poderito, que te vas<br />
a quedar como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, en la mejor ocasión.<br />
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