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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

El abogado ve que en la cola espera una anciana con un racimo de niños y un bebé en<br />

brazos. Cuando le llega el turno, ella muestra sus papeles. Los niños no son nietos: esa mujer<br />

tiene treinta años y nueve hijos.<br />

Viene a pedir ayuda. Ella había levantado un rancho de lata y madera en algún lugar de las<br />

orillas <strong>del</strong> Cerro de Montevideo. Creía que era tierra de nadie, pero era de alguien. Y ahora van a<br />

echarla de allí, ya le ha llegado esa cosa que se llama lanzamiento.<br />

El abogado la escucha. Revisa los papeles que ella ha traído.<br />

No hay derecho, piensa el doctor en Derecho: menea la cabeza, demora en hablar, Traga<br />

saliva y dice, mirando al suelo:<br />

–Lo lamento, señora, pero... no hay nada que hacer.<br />

Cuando alza la mirada, ve que la hija mayor, una muchachita con cara de espanto, se está<br />

tapando las orejas con las manos.<br />

Una clase de Medicina<br />

Rubén Omar Sosa escuchó la lección de Maximiliana en un curso de terapia intensiva, en<br />

Buenos Aires. Fue lo más importante de todo lo que aprendió en sus años de estudiante.<br />

Un profesor contó el caso. Doña Maximiliana, muy cascada por los trajines de una larga vida<br />

sin domingos, llevaba unos cuantos días internada en el hospital, y cada día pedía lo mismo:<br />

–Por favor, doctor, ¿podría tomarme el pulso?<br />

Una suave presión de los dedos en la muñeca, y él decía:<br />

–Muy bien. Setenta y ocho. Perfecto.<br />

–Sí. doctor, gracias. Ahora, por favor, ¿me toma el pulso?<br />

Y él volvía a tomarlo, y volvía a explicarle que estaba todo bien, que mejor imposible.<br />

Día tras día, se repetía la escena. Cada vez que él pasaba por la cama de doña<br />

Maximiliana, esa voz, ese ronquido, lo llamaba, y le ofrecía ese brazo, esa ramita, una vez, y otra<br />

vez, y otra.<br />

Él obedecía, porque un buen médico debe ser paciente con sus pacientes, pero pensaba:<br />

Esta vieja es un plomo. Y pensaba: Le falta un tornillo.<br />

Años demoró en darse cuenta de que ella estaba pidiendo que alguien la tocara.<br />

Maternidad<br />

Tertuliana Oueiroz espera en algún lugar de Ceara.<br />

Ella espera, sus hijos esperan.<br />

Tuvo quince.<br />

A un recién nacido lo dejó en la puerta de la iglesia.<br />

A una hija ya crecida la cambió por una vaca.<br />

En otros <strong>tiempo</strong>s, hablaba de corrido. Ahora le cuesta.<br />

Me quedan ocho, dice.<br />

Cuenta con los dedos, susurra nombres. No, dice: siete.<br />

Los otros murieron, de muerte morida o de muerte matada.<br />

Mira al cielo, con ojos de sonámbula.<br />

Dios los llamó, dice.<br />

Ella tiene costumbre.<br />

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