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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
asesinado, pero un domingo como éste había hecho crujir los muros, y los había volteado, para<br />
que toda prisión tuviera libertad y toda soledad tuviera encuentro.<br />
Los presos no tenían nada. Ni pan, ni vino, ni vasos siquiera. Fue la comunión de las manos<br />
vacías.<br />
Miguel ofreció al que se había ofrecido:<br />
–Comamos –susurró–. Éste es su cuerpo.<br />
Y los cristianos se llevaron la mano a la boca, y comieron el pan invisible.<br />
–Bebamos. Ésta es su sangre.<br />
Y alzaron la ninguna copa, y bebieron el vino invisible.<br />
Historia <strong>del</strong> miedo<br />
La luna tenía algo que decir a la tierra, y envió a un escarabajo.<br />
El escarabajo llevaba ya algunos millones de años de camino, cuando en el cielo se cruzó<br />
con una liebre.<br />
– este paso, nunca llegarás –advirtió la liebre, y se ofreció a llevarle el mensaje.<br />
El escarabajo le pasó la misión: había que decir a las mujeres y a los hombres que la vida<br />
renace, como renace la luna.<br />
Y la liebre se lanzó a toda carrera hacia la tierra.<br />
A la velocidad <strong>del</strong> rayo aterrizó en la selva <strong>del</strong> sur de¡ África, donde en aquellos <strong>tiempo</strong>s<br />
vivía la gente, y sin tomar aliento les trasmitió las palabras de la luna. La fiebre, que siempre se va<br />
sin haber llegado, habló en su atropellado estilo. Y las mujeres y los hombres entendieron que les<br />
decía:<br />
–La luna renace, pero ustedes no.<br />
Desde entonces, tenemos miedo de morir, que es el papá de todos los miedos.<br />
El arte de mandar<br />
Un emperador de China, no se sabe su nombre, ni su dinastía, ni su <strong>tiempo</strong>, llamó una<br />
noche a su consejero principal, y le confió la angustia que le impedía dormir:<br />
–Nadie me teme –dijo.<br />
Como sus súbditos no lo temían, tampoco lo respetaban. Como no lo respetaban, tampoco<br />
lo obedecían.<br />
–Falta castigo –opinó el consejero.<br />
El emperador dijo que él mandaba azotar a quien no pagara el tributo, que sometía a lento<br />
suplicio a quien no se inclinara a su paso y que enviaba a la horca a quien osara criticar sus actos.<br />
–Pero esos son los culpables –dijo el consejero. Y explicó:<br />
–El poder sin miedo se desinfla como el pulmón sin aire. Si sólo se castiga a los culpables,<br />
sólo los culpables sienten miedo.<br />
El emperador meditó, en silencio, y dijo:<br />
–Entiendo.<br />
Y mandó al verdugo que cortara la cabeza <strong>del</strong> consejero, y dispuso que toda la población de<br />
Pekín asistiera al espectáculo en la Plaza <strong>del</strong> Poder Celestial.<br />
El consejero fue el primero de una larga lista.<br />
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