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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
–Tengo algo para ti.<br />
Y le trajo una fuente de porcelana blanca, con dibujos azules.<br />
Felisa la reconoció. Su madre ofrecía, en esa fuente, las galletitas de avellanas que hacía<br />
para todos.<br />
Elena la había encontrado, intacta, entre los escombros, y se la había guardado durante<br />
cincuenta y ocho años.<br />
El pie<br />
Muchos no volvieron. Muchos de los ciudadanos <strong>del</strong> mundo que marcharon a luchar por la<br />
república española, bajo tierra española quedaron.<br />
Abe Osheroff, de la Brigada Lincoln, sobrevivió.<br />
Un balazo le había arruinado una pierna. Con un pie quieto y el otro pie caminando, regresó<br />
a su país.<br />
España fue su primera guerra perdida. Y desde entonces, llevado por su pie andariego, Abe<br />
no paró.<br />
A pesar de las traiciones y las derrotas, los palos y las cárceles, no paró. Un pie no podía,<br />
pero el otro pie quería y seguía. Un pie le decía: aquí me quedo, pero el otro decidía: ahí te llevo.<br />
Y una y otra vez ese pie, el andante, volvía al camino, porque el camino es el destino.<br />
Y ese pie cargaba con Abe a través de los Estados Unidos, de punta a punta, de mar a mar,<br />
y lo metía en líos, un lío tras otro, contra la cacería de brujas de MacCarthy y la guerra de Corea y<br />
la segregación racial y la pena de muerte y el golpe de estado en Irán y el crimen de Guatemala y<br />
la carnicería de Vietnam y el baño de sangre en Indonesia y las explosiones nucleares y el<br />
bloqueo de Cuba y el cuartelazo en Chile y la asfixia de Nicaragua y la invasión de Panamá y los<br />
bombardeos de Irak y de Yugoslavia y de Afganistán y otra vez Irak y...<br />
Abe ya tenía noventa años y seguía siendo un caminante, cuando su amigo Tony Geist le<br />
preguntó, por preguntar nomás, cómo andaba. Él alzó su cabeza de león de melena blanca y<br />
sonrió, de oreja a oreja:<br />
Aquí ando, con un pie en la tumba y el otro pie bailando.<br />
El camino de Jesús<br />
Clavado de una sola mano, Jesús de Nazaret colgaba de los restos de una pared quemada.<br />
El otro Jesús, el de Cambre, colgaba de un andamio.<br />
Jesús Babío, nacido en el pueblo de Cambre, era maestro albañil, maestro carpintero,<br />
maestro fontanero y maestro blasfemador. Hacía bien todo lo que hacía, pero él había andado<br />
mundo y bien sabía que no había en el mundo quien pudiera superarlo en el arte de la blasfemia,<br />
que es, como la mística, un arte español. Y a blasfemazo limpio estaba Jesús, el de Cambre,<br />
reconstruyendo la iglesia de Santa María de Vigo, que había sido incendiada por los rojos en los<br />
años de la guerra, mientras Jesús, el de Nazaret, negro de tizne, escuchaba, sin una mueca,<br />
aquellos homenajes:<br />
–Me cago en las bisagras <strong>del</strong> sagrario y en los clavos de Cristo y en sus llagas y en sus<br />
espinas y me cago en la inmaculada madre que lo parió.<br />
De vez en cuando, Ángel Vázquez de la Cruz se metía, de a caballo, en la iglesia en ruinas.<br />
Desde lo alto <strong>del</strong> andamio, mientras martillaba alguna cuña de madera, Jesús le contaba, entre<br />
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