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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

El cantor<br />

Cuando Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo, su amigo Juceca subió con él hasta los<br />

portones <strong>del</strong> Paraíso, por no dejarlo solo en esos trámites. Y cuando volvió, Juceca nos contó lo<br />

que había escuchado.<br />

San Pedro preguntó nombre, edad, oficio.<br />

–Cantor –dijo Alfredo.<br />

El portero quiso saber: cantor de qué.<br />

–Milongas –dijo Alfredo.<br />

San Pedro no conocía. Lo picó la curiosidad, y mandó:<br />

–Cante.<br />

Alfredo cantó. Una milonga, dos, cien. San Pedro quería que aquello no acabara nunca. La<br />

voz de Alfredo, que tanto había hecho vibrar los suelos, estaba haciendo vibrar los cielos.<br />

Y Dios, que andaba por ahí pastoreando nubes, paró la oreja. Y contó Juceca que ésa fue la<br />

única vez que Dios no supo quién era Dios.<br />

La cantora<br />

Liliana Villagra llevaba un buen rato queriendo dormir, queriendo y no pudiendo, y tras<br />

mucho dar vueltas en la cama y mucho pelear con la almohada, escuchó las tres campanadas <strong>del</strong><br />

reloj y necesitó aire: se levantó. abrió la ventana de par en par.<br />

Toda la nieve de todos los inviernos había caído sobre París. El barrio de Pigalle era<br />

siempre bullanguero, resonante de juergas y peleas, alborotado por el ir y venir de las putas y los<br />

travestis; pero aquella noche Pigalle se había convertido en un desierto blanco, marcado por las<br />

huellas de los pasos idos.<br />

Y entonces una canción subió hasta la ventana, desde la nieve: una voz de pajarito estaba<br />

entonando alguna antigua melancolía. Mientras esperaba clientes, recostada contra la pared, una<br />

mujer cantaba. Algunos copos de nieve caían todavía sobre la calle Houdon y caían sobre el<br />

abrigo de piel, comprado en el mercado de las pulgas, que esa mujer abría ofreciendo su cuerpo<br />

en la calle sin nadie. Empinada en la ventana, Liliana ofreció café: —–––¿No quiere entrar?<br />

–Gracias, pero no puedo. Estoy trabajando.<br />

–Linda canción –dijo Liliana.<br />

–Yo canto para no dormirme –dijo la mujer.<br />

La canción<br />

Praga estaba muda.<br />

En la esquina donde la calle Celetná se abre a la gran plaza de la Ciudad Vieja, una voz<br />

rompió, de pronto, el silencio de la noche.<br />

Desde su silla de inválida, clavada en el empedrado, una mujer cantó.<br />

Yo nunca había escuchado una voz tan bella y tan rara, voz de otro mundo, y me pellizqué<br />

el brazo. ¿Estaba dormido? ¿En qué mundo estaba?<br />

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