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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
La comedia de los cinco siglos<br />
HOY FUNCIÓN HOY: Portugal celebró a lo grande los quinientos años <strong>del</strong> desembarco de<br />
Bartolomé Días en las costas <strong>del</strong> sur <strong>del</strong> África. Convertido en un gran teatro de la nostalgia<br />
imperial, el país puso en escena al osado navegante que había llegado al Cabo de Buena<br />
Esperanza en 1487, en una época de alta gloria, cuando Dios había regalado a Portugal la mitad<br />
<strong>del</strong> mundo.<br />
Actores vestidos al modo de los <strong>tiempo</strong>s, sedas y terciopelos, finas espadas, sombreros de<br />
mucho plumaje, poblaron una copia exacta <strong>del</strong> navío de Bartolomé Días, que se hizo a la mar y<br />
puso proa al África.<br />
En la playa sudafricana, estaba previsto, habría una multitud de negros, saltando de alegría<br />
y de gratitud ante los navegantes que habían venido, cinco siglos antes, para hacerles el favor de<br />
descubrirlos. Pero esa playa era, en 1987, exclusiva para blancos. Los negros tenían prohibida la<br />
entrada, por esas cosas <strong>del</strong> apartheid.<br />
Una eufórica multitud de blancos, pintados de negro, recibió a los portugueses.<br />
La comedia <strong>del</strong> siglo<br />
En 1889, París festejó, con una gran exposición internacional, los cien años de la revolución<br />
francesa.<br />
Argentina envió una variada muestra de frutos <strong>del</strong> país, Entre otros, mandó una familia de<br />
indios de la Tierra <strong>del</strong> Fuego. Eran once indios onas, ejemplares raros, una especie en extinción:<br />
los últimos onas estaban siendo aniquilados, en esos años, a tiros de winchester.<br />
De los once onas enviados, dos murieron en el viaje. Los sobrevivientes fueron exhibidos en<br />
una jaula de hierro. Antropófagos sudamericanos, advertía un cartel. Durante los primeros días,<br />
no les dieron nada de comer. Los indios aullaban de hambre. Entonces, empezaron a arrojarles<br />
algunos pedacitos de carne cruda. Era carne de vaca; pero nadie quería perderse aquel<br />
espectáculo horripilante. El público, que había pagado entrada, se agolpaba en torno a la jaula<br />
donde los salvajes caníbales disputaban a zarpazos la comida.<br />
Así fueron celebrados los primeros cien años de la Declaración de los Derechos <strong>del</strong><br />
Hombre.<br />
La comedia <strong>del</strong> medio siglo<br />
Se cumplían cincuenta años de las explosiones atómicas que habían aniquilado Hiroshima y<br />
Nagasaki.<br />
La Smithsonian Institution anunció, en Washington, una gran exposición.<br />
La muestra iba a incluir mucha información documental y numerosas opiniones de<br />
científicos, historiadores especializados y expertos militares. También iba a ofrecer testimonios de<br />
los protagonistas, desde el coronel que comandó los bombardeos, a quien aquel asunto nunca le<br />
había quitado el sueño, hasta algunos japoneses sobrevivientes, que habían perdido el sueño y<br />
todo lo demás.<br />
Los visitantes de la exposición corrían el peligro de enterarse de que la multitud asesinada<br />
desde el cielo estaba formada, en su mayoría, por mujeres y niños. Y, peor todavía, la amplia<br />
documentación reunida podía informarles que las bombas no habían sido arrojadas para ganar la<br />
guerra, porque la guerra ya había sido ganada, sino para intimidar a la Unión Soviética, que era el<br />
próximo enemigo.<br />
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