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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

Me contestaron unos muchachos, que aparecieron a mis espaldas: se burlaron de la<br />

paralítica cantora, la imitaron riendo a carcajadas, y ella se calló.<br />

Otra canción<br />

Ren Weschler recogió su testimonio. En 1975, Breyten Breytenbach era el único preso<br />

blanco entre los muchos negros condenados a muerte en la cárcel de Pretoria.<br />

Al fin de cada noche, uno de los condenados marchaba al patíbulo. Antes de que el piso se<br />

abriera bajo sus pies, el elegido cantaba. Cada amanecer, una canción diferente despertaba a<br />

Breyten. Aislado en su celda, él escuchaba la voz <strong>del</strong> que iba a morir.<br />

Breyten sobrevivió. La sigue escuchando.<br />

Sirenas<br />

Don Julián vivía solo, en la más sola de las islas de Xochimilco, en una choza de ramajes<br />

vigilada por las muñecas y los perros.<br />

Las muñecas rotas, recogidas de los basurales, colgaban de los árboles. Ellas lo protegían<br />

contra los malos espíritus; y cuatro perros flacos lo defendían contra la mala gente. Pero ni las<br />

muñecas ni los perros sabían espantar a las sirenas.<br />

Desde el fondo de las aguas, lo llamaban.<br />

Don Julián tenía sus conjuros. Cada vez que las sirenas venían a llevárselo y cantaban las<br />

letanías que repetían su nombre, él las echaba contracantando:<br />

Lo digo yo, lo digo yo,<br />

que me lleve el Diablo, que me lleve Dios,<br />

pero tú no, pero tú no.<br />

Y también:<br />

Vete de aquí, vete de aquí,<br />

dale a otra boca tu beso fatal,<br />

pero no a mí, pero no a mí.<br />

Una tarde, después de preparar la tierra para sembrar calabazas, don Julián se puso a<br />

pescar en la orilla. Atrapó un pez enorme, que él conocía porque ya se le había escapado dos<br />

veces, y cuando le estaba arrancando el anzuelo, escuchó voces que también conocía.<br />

Julián, Julián, Julián, cantaban las voces, como siempre. Y como siempre don Julián se<br />

inclinó ante las aguas, donde ondulaban los reflejos rojizos de las intrusas, y abrió la boca para<br />

entonar sus infalibles contracantos.<br />

Pero no pudo. Esta vez, no pudo.<br />

Su cuerpo, abandonado por la música, apareció flotando a la deriva entre las islas.<br />

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