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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />

mundo, el coco navegante llegó a las costas americanas. Estas playas le gustaron, y desde<br />

entonces nos ofrece su jugo curandero.<br />

Andrea Díaz iba trotando, una tardecita, a orillas <strong>del</strong> Pacífico, cuando perdió las rodillas, que<br />

se salieron de su sitio. En el puerto de Quepos, le dieron agua de coco:<br />

–Tómese esto –mandó un buen hombre que la había recogido en el camino.<br />

Y explicó que no hay mejor remedio:<br />

–Adán y Eva bebían nada más que esto, y no tenían ninguna enfermedad.<br />

Ella obedeció, pero no pudo callarse la boca:<br />

–¿Y usted cómo sabe?<br />

El hombre la miró con pena:<br />

–Pero mi niña, está en la Biblia. ¿No ve que en el Paraíso no habla médicos? Las<br />

enfermedades vinieron después de los médicos.<br />

Los milagros<br />

En el último recodo de la calle Mouffetard, en París, encontré la iglesia de san Medardo.<br />

Abrí la puerta, entré. Era domingo, pasado el mediodía. La iglesia estaba vacía, ya se<br />

habían apagado los rumores de las últimas plegarias. Había una limpiadora, barriendo la misa,<br />

desempolvando santos, y nadie más.<br />

Recorrí la iglesia, de cabo a rabo. En la penumbra, busqué la ordenanza real <strong>del</strong> año 1732:<br />

Por orden <strong>del</strong> Rey, se prohíbe a Dios que haga milagros en este lugar.<br />

Carlitos Machado me había dicho que la prohibición estaba grabada en una piedra, a la<br />

entrada de esta iglesia consagrada a un santo demasiado milagrero. La busqué, no la encontré:<br />

–¡Ah no, señor! !No! !Pero no! –se indignó la limpiadora, armada de escoba, coronada de<br />

ruleros, mientras continuaba, sin mirarme, su tarea.<br />

–Pero esa orden <strong>del</strong> rey... ¿nunca estuvo? La limpiadora me encaró:<br />

–Estar, estuvo..Pero ya no.<br />

En el cabo de la escoba apoyó las manos, y sobre las manos, el mentón:<br />

–Una cosa así no era de buen tono para los creyentes. Usted comprenderá.<br />

Agradezco el milagro<br />

A la orilla <strong>del</strong> altar, en las iglesias de México, se acumulan los exvotos. Son imágenes y<br />

letras, pintadas sobre latitas, que dan gracias a la Virgen de Guadalupe, porque las tropas de<br />

Pancho Villa violaron a mi hermana y a mí no;<br />

gracias al Santo Niño de Atocha, porque tengo tres hermanas y yo soy la más fea y me casé<br />

primero;<br />

gracias a la Virgencita de los Dolores, porque antenoche mi mujer se juyó con mi compadre<br />

Anselmo y con eso él va a pagar todas las que me ha hecho;<br />

gracias al Dibino Rostro de Acapulco, porque maté a mi marido i no me isieron nada.<br />

Así era. Y sigue siendo. Pero también se ven novedades, como los exvotos que dan gracias<br />

a Nuestro Señor Jesucristo porque crucé el río y me vine a los Estéis y no me augué ni me<br />

murieron.<br />

Alfredo Vilchis, llamado Leonardo da Vilchis, pinta exvotos por encargo en el mercado de la<br />

Lagunilla. Sus Jesucristos tienen, todos, la cara de él. Y con frecuencia también pinta, para<br />

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