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Eduardo Galeano Bocas <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong><br />
Flor que recuerda<br />
Parece orquídea, pero no. Huele a gardenia, pero tampoco. Sus grandes pétalos, alas<br />
blancas, tiemblan queriendo volar, irse <strong>del</strong> tallo; y ha de ser por eso que en Cuba la llaman<br />
mariposa.<br />
Alessandra Riccio plantó, en tierra de Nápoles, un bulbo de mariposa, traído desde La<br />
Habana. En tierra extraña, la mariposa dio hojas, pero no floreció. Y pasaron los meses y los<br />
años, y seguía sin dar nada más que hojas cuando unos cubanos amigos de Alessandra llegaron<br />
a Nápoles y se quedaron en su casa durante una semana.<br />
Entonces, en los alrededores de la planta, sonaron Sr resonaron las voces de su tierra, el<br />
antillano modo de aecir cantando: la planta escuchó esa música de las palabras durante siete días<br />
y siete noches, porque los cubanos hablan despiertos y dormidos también.<br />
Cuando Alessandra dijo adiós a sus amigos, y regresó <strong>del</strong> aeropuerto, encontró en su casa<br />
una flor blanca recién nacida.<br />
El jacarandá<br />
En las noches, Norberto Paso acarreaba bolsas en el puerto de Buenos Aires.<br />
En los días, lejos <strong>del</strong> puerto, levantaba esta casa. Blanca le subía los ladrillos y los baldes<br />
de mezcla, y las paredes iban creciendo en torno al patio de tierra.<br />
Esta casa estaba a medio hacer cuando Blanca trajo un jacarandá <strong>del</strong> mercado. Era un<br />
árbol chiquito, ella había pagado un platal, Norberto se agarró la cabeza:<br />
–Estás loca –dijo. Y la ayudó a plantarlo. Cuando terminaron esta casa, Blanca murió.<br />
Ahora han pasado los años, y Norberto sale poco. Una vez por semana, viaja unas horas<br />
hasta el centro de la ciudad, y se junta con otros viejos que protestan porque la jubilación es una<br />
mierda que no alcanza ni para pagar la soga donde colgarse.<br />
Cuando Norberto regresa, tarde en la noche, el jacarandá lo está esperando.<br />
El plátano<br />
Su maestro había muerto, de muerte infame, en una cruz de Jerusalén. Veinte siglos<br />
después, a Carlos Mugica una ráfaga de balas le partió el pecho en una calle de Buenos Aires.<br />
Orlando Yorio, su hermano en la fe, quiso lavar la sangre de Carlos. Trajo un balde de agua<br />
y una escoba; pero los policías no lo dejaron. Y Orlando se quedó parado ante la casa, escoba en<br />
mano, los ojos clavados en ese charco grande como sangre de muchos.<br />
Y de pronto se descargó la lluvia, sin aviso, a toda furia, y se llevó la sangre hasta el pie de<br />
un plátano. El plátano la bebió hasta la última gota.<br />
Diálogo verde<br />
Parecen inmóviles, pero respiran y andan, buscando luz.<br />
Y hablan. Poco se sabe; pero está probado, al menos, que cuando un árbol sufre golpes o<br />
lastimaduras, se defiende transpirando veneno y lanza una señal de alerta a los árboles cercanos.<br />
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