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La Ilustre degeneración - Géminis Papeles de Salud

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social, que nada tenía <strong>de</strong> popular, se preguntaban que diablos se le había perdido en calle, carente <strong>de</strong><br />

atractivo, cuyos resi<strong>de</strong>ntes alcanzaban, cuando mucho, el nivel <strong>de</strong> la clase media baja. Si se<br />

a<strong>de</strong>lantaba a la hora en que los chicos bajaban al kiosco, esperaba en la terraza <strong>de</strong> la marisquería,<br />

alargando la cerveza, hasta que salía <strong>de</strong> la escuela. Con el pretexto <strong>de</strong> comprar la prensa, pegaba la<br />

hebra, contando a cada crío lo que le gustaba oír, como si le sobrase todo el tiempo, por no tener<br />

nada mejor que hacer. Un día que pasó por la escuela justo a la salida, sorprendió al tipo camuflado<br />

en portal, haciendo fotos. Tan mal le olió, que fue en busca <strong>de</strong>l policía Martínez, para contárselo,<br />

ofreciéndose a firmar la <strong>de</strong>nuncia. El número transmitió la novedad al comisario, que le quitó la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la cabeza:<br />

- ¡Con las cosas que pasan! Nadie haría caso <strong>de</strong> una chorrada semejante. Y hasta po<strong>de</strong>mos meternos<br />

en líos. ¡Porque a saber quién es el tal! En esto <strong>de</strong> los menores, anda metida gente muy gorda. Si<br />

meto la pata, hasta pue<strong>de</strong> caerme un traslado. ¡No sabes lo que pase, para conseguir volver a<br />

Madrid!<br />

El quiosquero se prometió advertir a Pedro <strong>de</strong> la amistad <strong>de</strong> Fredi. Pero el sábado se le olvidó,<br />

recordándolo <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, para ir a su casa. Cortos los días en el otoño, cuando Pedro volvía<br />

<strong>de</strong>l trabajo, era <strong>de</strong> noche. Fredi insistió en que le <strong>de</strong>jasen ir al kiosco, consiguiéndolo tras prometer<br />

que volvería <strong>de</strong> un salto. Encontró al poeta don<strong>de</strong> siempre. Quería preguntarle el final <strong>de</strong> un cuento,<br />

que <strong>de</strong>jó inacabado, pero se alejó, respondiendo apenas a su saludo. Adquiridos los tebeos,<br />

emprendió triste el regreso. Alguien le cogió por <strong>de</strong>trás, levantándole en volandas. De no haberle<br />

tapado la boca con la mano, hubiese gritado. Aterrizó en el asiento posterior <strong>de</strong> un coche, segura y<br />

blandamente. Otro se hubiese asustado, pero Fredi tenía fe en la bondad humana, los mayores y<br />

corta imaginación. Sin realizar que podía ser víctima <strong>de</strong> un rapto, <strong>de</strong> los que salían en los<br />

periódicos, en lugar <strong>de</strong> intentar escandalizar, optó por la sumisión, en la esperanza <strong>de</strong> ganar el favor<br />

<strong>de</strong> sus raptores. Sonrió al tipo moreno con bigote, que se sentó a su lado y al chofer, <strong>de</strong>l que sólo<br />

veía unos ojos marrones, enmarcando nariz recta, que se reflejaban en el retrovisor. A sus nueve<br />

años, unos tipos vestidos como si fuesen políticos, que rondaban los veinte, circulando en Merce<strong>de</strong>s<br />

limosina último mo<strong>de</strong>lo, se le hacían respetables. Pero aún estando convencido <strong>de</strong> que gente con tan<br />

buena pinta, no podía cometer <strong>de</strong>lito, suplicó mecánicamente:<br />

- Por favor, no me maten.<br />

El tipo le <strong>de</strong>volvió la sonrisa y le acarició el cogote. Una punta fría y punzante, le rozó la piel. Que<br />

personaje bien presentado, usase navaja, le pareció insólito.<br />

- Si no la organizas, no te haré nada.<br />

Realizando vagamente que los señores podían <strong>de</strong>linquir, como cada quisque, Freddie obe<strong>de</strong>ció,<br />

lamentando haber <strong>de</strong>jado caer los tebeos. Tenerlos le hubiese dado tranquilidad. Podría entretenerse<br />

repasándolos, a la luz <strong>de</strong> las farolas. Después pensó que fue una suerte per<strong>de</strong>rlos. Alguien los<br />

encontrarían y sabrían que se lo llevaron por la fuerza. Se preguntó por qué no le ayudó el<br />

quiosquero. Tuvo que ver lo que pasaba. Reconstruyendo el paisaje, vio la calle <strong>de</strong>sierta. En el<br />

barrio, los vecinos se retiran con el sol, apareciendo los raros noctámbulos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena.<br />

Calculó el tiempo. Su padre ya <strong>de</strong>bía estar en comisaría. El quiosquero tenía que haberle avisado.<br />

Seguro <strong>de</strong> que los guardias eran tan eficaces como en las películas, se dijo que no tardarían en<br />

encontrarle. Cuando contase que viajó en limosina, como los príncipes y los traficantes, sería el<br />

héroe <strong>de</strong> la escuela y <strong>de</strong>l barrio.<br />

El kiosquero se fijó en el merce<strong>de</strong>s azul metalizado, que permaneció aparcado en doble fila más <strong>de</strong><br />

una hora, con dos tipos en su interior. En Madrid había pocos coches como aquel y ninguno en le<br />

barrio. Cuando mucho pasaban <strong>de</strong> refilón, hacia zonas más elegantes. Quizá por eso los municipales<br />

pasaron dos veces, sin atreverse a multarle, porque a los peces gordos no se les multa. Cuando<br />

aprecio Freddie, le pareció que el poeta hacía una seña a los tipos. Y le sorprendió que saliese casi<br />

huyendo, sin esperarle, siendo su preferido. Vio al grandullón <strong>de</strong>l bigote plantarse en la acera y<br />

coger al crío en volandas. No queriendo ver más, dio la espalda a la calle, porque no habiendo un

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