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La Ilustre degeneración - Géminis Papeles de Salud

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matrículas, temiendo topar con su padre. <strong>La</strong> ausencia <strong>de</strong> coche conocido, le relajó. Aspiró. El aire<br />

olía a romero, jara y manzanilla. Javierito llamó. Un ojo se pegó a la mirilla. Ruido <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas y<br />

cerrojos. <strong>La</strong> sala, inhóspita, estaba repleta. Gorila cetrino e hirsuto, con camiseta a rayas <strong>de</strong><br />

marinero normando, se inclinó a su paso, en reverencia sin gracia. El calor le dio en la cara. Tabaco,<br />

hasch y alcohol, borraron los aromas.<br />

- ¿Cuál es el menú? - pregunto Javierito, sin <strong>de</strong>tenerse.<br />

- Hoy le toca al Perla. Con el Manu.<br />

A Ernesto se le revolvieron los recuerdos. El ambiente <strong>de</strong>l local, <strong>de</strong>scuidado y sucio, indicaba que<br />

otras formas <strong>de</strong> morir, <strong>de</strong>valuaron a la ruleta. Según suele suce<strong>de</strong>r, el que fuera su placer exclusivo,<br />

al ser <strong>de</strong>spreciado por la elite se había plebeyizado, convirtiéndose en diversión <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Comprendió que las ruinas <strong>de</strong> cuatro ruedas, pertenecían a los que se <strong>de</strong>jaban el pellejo, porque no<br />

había para Volvos. El actor que divierte al pobre, como el maestro que le enseña, nunca vivieron<br />

como ricos. A Javierito le brilló la mirada.<br />

- Buen programa.<br />

Se acercó un muchacho pálido, las pupilas contraídas.<br />

- ¿Los señores quieren mesa?<br />

- Que sea buena.<br />

Carlos le <strong>de</strong>slizó un billete <strong>de</strong> mil en la mano. Le gustaba jugar al gran señor, cuando estaba a su<br />

alcance. Javierito se abría paso hacia barra, entre saludos.<br />

- Pedid lo que queráis. Nos avisaran cuando empiece.<br />

Luis se dirigió a Ernesto. Decididamente, le caía simpático.<br />

- ¿Tú no has estado aquí nunca?<br />

- No. ¡Ni tú!. Te mueves como un burro en un garaje.<br />

Le molestó el comentario. Se preciaba <strong>de</strong> saber estar en cualquier parte, como si estuviese en su<br />

casa. <strong>La</strong> mirada <strong>de</strong>l barman se posó en Ernesto. <strong>La</strong> iluminó esa chispa, que acompaña al<br />

reencuentro. El poeta bajó los ojos. Y Luis supo que su nuevo amigo mentía. Si no frecuentó el<br />

local, en algún tiempo fue asiduo <strong>de</strong> tugurio parecido.<br />

Reconocido Ernesto por Don Recaredo, éste reconoció al empresario, pese al cambio, apenas le<br />

atisbó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta. Enfundado en la camiseta <strong>de</strong> uniforme y tremendamente gordo, adquirió<br />

exterior <strong>de</strong> ventero <strong>de</strong>l Quijote. <strong>La</strong> ristra <strong>de</strong> brillantes, que animaban sus <strong>de</strong>dos, había <strong>de</strong>saparecido.<br />

Los <strong>de</strong>formaba hinchazón, producto <strong>de</strong> muchas horas <strong>de</strong> frega<strong>de</strong>ro.<br />

Carlos posó el vaso en el mostrador.<br />

- Aquí, el que entra, ¡repite!.<br />

Luis sonrió, como si estuviese al cabo <strong>de</strong> la calle. Por nada <strong>de</strong>l mundo hubiese confesado que<br />

ignoraba diversión clan<strong>de</strong>stina.<br />

El muchacho pálido se acercó.<br />

- ¿Quieren seguirme?<br />

Les sentaron al pie <strong>de</strong>l escenario. El velador y las sillas parecían <strong>de</strong>svencijados, conservando su<br />

color el serrín, <strong>de</strong>rramado sobre la tablazón. Ernesto pali<strong>de</strong>ció, impresionado por la cutrez <strong>de</strong>l local.<br />

Aquella pocilga no era sitio para morir. <strong>La</strong> noche que regresó al pub, <strong>de</strong>dujo que la ruleta había sido<br />

<strong>de</strong>scubierta y prohibida. No se le pasó por la cabeza que el sótano fue cerrado, por <strong>de</strong>serción <strong>de</strong> la<br />

clientela. En un mundo sometido al va y ven <strong>de</strong> la moda, todo termina por pasar. Que el Perla<br />

hubiese sobrevivido a la profesión y al pico, le pareció milagroso. Pero no una suerte.<br />

Probablemente le hubiese gustado marcharse en el esplendor, siendo el ídolo <strong>de</strong> los que perdían

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