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La Ilustre degeneración - Géminis Papeles de Salud

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preservó la santa unidad <strong>de</strong> España. Y no olvi<strong>de</strong>mos a ese Alfonso XII, que tras una juventud<br />

casquivana, murió por practicar obra <strong>de</strong> misericordia: ¡visitar a los apestados!<br />

De no haber sido el Car<strong>de</strong>nal Bertoldi presi<strong>de</strong>nte en empresa vaticana, <strong>de</strong>dicada a la fabricación <strong>de</strong><br />

santos, el prelado se hubiese ahorrado fuego e insistencia. Necesitado el aspirante a los altares <strong>de</strong><br />

inversor generoso y buena recomendación, no quiso per<strong>de</strong>r la oportunidad <strong>de</strong> formularla. No<br />

perseguía D. Argimiro intercesores rentables, para su catedral, a imitación <strong>de</strong> las or<strong>de</strong>nes religiosas.<br />

Quería sembrar <strong>de</strong> aureolas el árbol <strong>de</strong> una dinastía, que reinó <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> la iglesia. A cargo <strong>de</strong> la<br />

secretaría <strong>de</strong> Bertoldi ,juzgar la vida privada y pública <strong>de</strong>l candidato, pendía <strong>de</strong> su criterio, que el<br />

prodigio se transmutase en milagro, siendo público que si el santo no le entraba por el ojo, se<br />

eternizaba en el grado subalterno <strong>de</strong> beato. Dispendioso el proceso, los particulares renunciaron a<br />

incrementar el santoral con parientes, según acostumbraba la burguesía <strong>de</strong>cimonónica. Que una vida<br />

virtuosa no pudiese aspirar al altar, sin intervención <strong>de</strong> socio capitalista, daba que pensar a los<br />

vivos, sacando <strong>de</strong> quicio a D. Argimiro la tacañería <strong>de</strong>l Ministerio. Empeñado en no enten<strong>de</strong>r que el<br />

futuro post mortem <strong>de</strong> todos los monarcas españoles, <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> los dólares invertidos, restaba<br />

siglos <strong>de</strong> gloria, a los que hubiesen sido ornato <strong>de</strong> la Nación.<br />

No pasaba por la cabeza <strong>de</strong>l antiguo apóstol <strong>de</strong> las chabolas, que los dineros pudiesen ser <strong>de</strong>dicados<br />

a dotar <strong>de</strong> vivienda a sus antiguos parroquianos, cuyo presente continuaba el pasado, sin ten<strong>de</strong>ncia a<br />

mejorar, olvidando que en aquel pópulo, estaba el origen <strong>de</strong> su promoción. Enfundado en sotana <strong>de</strong><br />

seda, D. Argimiro conmovía al auditorio, rememorando las estrecheces y riesgos, que le procuraron<br />

la mitra. No las refirió aquel día, por preferir <strong>de</strong>dicarlo a <strong>de</strong>sgranar virtu<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> reales personajes.<br />

Le interrumpió impertinente carraspeo, emitido por el insolente Monseñor, que se inmiscuía en<br />

plática <strong>de</strong> superiores. Ocurría que Fabrizio no llegó don<strong>de</strong> estaba, por sus silencios. Profundo el<br />

pensamiento, rápida la expresión, <strong>de</strong> dicción ágil y directa, la animaba un irónico cinismo, que no<br />

ofendió al hispano, por ser incapaz <strong>de</strong> captar sutiles inconveniencias, <strong>de</strong>dicadas a país fabricante <strong>de</strong><br />

honores, no <strong>de</strong> riqueza intelectual y material.<br />

- No sabía que uste<strong>de</strong>s, ricos en documentos, pues en todo archivo hay fuentes, proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los<br />

suyos, tuviesen rincones inexplorados tan importantes, como la aparición <strong>de</strong> la Virgen a un rey ...<br />

D. Argimiro sonrió satisfecho.<br />

- A uste<strong>de</strong>s, los extranjeros, ¡se les van las mejores!. Como a los intelectuales <strong>de</strong>screídos, que no<br />

merecen la gracia. Fue otorgada a un franciscano. Es una florecilla <strong>de</strong>l campo. Un santico, que<br />

nunca hizo preguntas. El Espíritu Santo le inspiró curiosidad. Y quiso saber qué guardaba<br />

alacenilla <strong>de</strong>l claustro. Pidió licencia al superior para forzarla. Y al primer martillazo se<br />

<strong>de</strong>smoronó la puerta. Dorada, con un Cristo pintado, <strong>de</strong> esos tan feos que hacían los antiguos. ¡A<br />

saber cuántos siglos estuvo cerrada!. Aparecieron los papeles, los leyó el archivero, que es un<br />

sabio, ¡y nos enteramos <strong>de</strong> todo!.<br />

El Car<strong>de</strong>nal Bertoldi tosió ruidosamente. Le indignó que la incuria <strong>de</strong> un imbécil, hubiese dado al<br />

traste con obra <strong>de</strong>l trechentto. Temiendo explosión inoportuna, Fabrizio intervino.<br />

- No tenía i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que su rey hubiese sido gratificado con algo tan excepcional. Los seres<br />

celestiales, no son proclives a contactar con testas coronadas.<br />

El ceño <strong>de</strong> D. Argimiro se frunció.<br />

- ¡Pues ya ve lo que son las cosas!. ¡Se le apareció!. Aquí mismo. El monarca, mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>stia,<br />

sólo lo dijo a su confesor. No violó el secreto, pero no quiso que se perdiese la memoria <strong>de</strong> algo tan<br />

fastuoso. Lo escribió y escondió el relato en lugar discreto. Nada se sabía <strong>de</strong>l milagro, cuando<br />

Alfonso XII inició la obra <strong>de</strong>l templo. ¡Don<strong>de</strong> se produjo!. Le inspiró el cielo. Pero unos ministros<br />

masones, le obligaron a parar los trabajos. ¡Dios castigó al hijo, con el exilio!. Siendo niño,<br />

nuestro rey prometió terminar la catedral. ¡Ha cumplido!.<br />

<strong>La</strong> malicia asomó a los ojos <strong>de</strong> Fabrizio.<br />

- ¡No dirá usted que el hallazgo <strong>de</strong> los papeles, coincidió con la reanudación <strong>de</strong> la obra!

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