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La Ilustre degeneración - Géminis Papeles de Salud

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- ¡Te ha dicho que abras! - repitió el sargento.<br />

El chofer le miró a los ojos, intentando hacerle compren<strong>de</strong>r que insistir era peligroso. Pétula seguía<br />

la escena agazapada tras la verja. Le temblaron las piernas.<br />

El chofer tiró <strong>de</strong>l cierre. Fingió que no cedía.<br />

- Esto se ha enganchaó.<br />

- ¡Abre o abrimos!<br />

Dos motos <strong>de</strong>sembocaron por la izquierda. Trepidaron las ametralladoras. <strong>La</strong> comisario Ramos, el<br />

sargento Pérez, Nuñez, el chófer y un curioso, murieron en el acto. El ayudante y el cabo, al llegar<br />

al hospital. El coche patrulla llegó inmediatamente. <strong>La</strong> zona quedó acordonada.<br />

- ¡Otra burrada <strong>de</strong> los terrorista!<br />

Los <strong>de</strong> la inteligencia no se hicieron esperar. Provistos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>bida autorización, se hicieron cargo<br />

<strong>de</strong> la furgoneta. El agente que se puso al volante era Luis, el hijo <strong>de</strong> Ignacio.<br />

Pétula suspiro aliviada. Subió en busca <strong>de</strong> Myriem. Sus ojos seguían abiertos. Pero estaban muertos.<br />

- ¡Myriem!.<br />

Petula recordó como se lloraba. Cuando <strong>La</strong>ndrú subió a <strong>de</strong>cirle que la calle estaba <strong>de</strong>spejada, la<br />

encontró <strong>de</strong>rrumbada sobre la cama.<br />

- ¡Señora!.<br />

<strong>La</strong> sacerdotisa se secó las lágrimas. Y volvió página.<br />

- No es nada.<br />

Con ayuda <strong>de</strong> Filomena, metieron el cuerpo y la ropa en el maletero <strong>de</strong>l coche. El servicio no <strong>de</strong>bía<br />

echar en falta una prenda. Eran las cinco y media. Pétula llamó a su marido.<br />

- Ha pasado algo horrible, pero podía haber sido peor. Espérame en el garaje, con la puerta abierta.<br />

¡Que no haya nadie!. ¡Es importante!.<br />

El servicio se levantaba a las ocho. Para esa hora, todo <strong>de</strong>bía estar en or<strong>de</strong>n. Ricardo esperaba, en el<br />

frío <strong>de</strong> la madrugada.<br />

- ¡No te aloques!. Lloraremos <strong>de</strong>spués. Ahora hay que trabajar. Tenemos el tiempo justo. Miryem se<br />

puso enferma. A muerto.<br />

- ¿Dón<strong>de</strong> está?<br />

<strong>La</strong> mujer abrió el maletero. Ricardo se <strong>de</strong>rrumbó. Pétula le hizo reaccionar con dos bofetadas.<br />

- ¡Cógela y vamos arriba!.<br />

<strong>La</strong> voz era imperiosa. Ricardo obe<strong>de</strong>ció mecánicamente.<br />

Enfundaron el cuerpo en el pijama, metiéndolo en la cama. Pétula <strong>de</strong>sperdigó la ropa, <strong>de</strong>jándola<br />

caer, como si hubiese empezado a <strong>de</strong>snudarse al cruzar la puerta. <strong>La</strong> chica <strong>de</strong>bía colegir que llegó<br />

completamente flipada o borracha. Ricardo a<strong>de</strong>lantó la mano. Pétula adivinó su intención.<br />

- ¡No se los cierres!. Ni tu ni yo, sabemos que está muerta.<br />

Se acostaron. Cuando se levantó la criada, la casa era la <strong>de</strong> un lunes, como otro cualquiera. Pétula se<br />

levantó a las once.<br />

- ¿Y la señorita?<br />

- Sigue durmiendo, señora.<br />

- ¡Esto no pue<strong>de</strong> ser!. ¡Ve a <strong>de</strong>spertarla!.

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