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La Ilustre degeneración - Géminis Papeles de Salud

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Pétula cayó <strong>de</strong> rodillas, tomándola en sus brazos. Los cuerpos <strong>de</strong>snudos ofrecían una imagen<br />

<strong>de</strong>vota, exenta <strong>de</strong> lascivia.<br />

- ¡Hija!. ¡Pero di algo!.<br />

Miryem no contestó. Los ojos vacíos miraban hacia <strong>de</strong>ntro. Se había extraviado en el universo <strong>de</strong>l<br />

horror.<br />

- ¡Hay que sacarla!.<br />

Los ojos <strong>de</strong> Braulio se hicieron acero.<br />

- Lo que no pue<strong>de</strong> ser, nunca fue posible.<br />

Pétula acostó a la hija, regresando al sótano. Deseó que los dos jirones <strong>de</strong> humanidad, que quedaban<br />

con vida, se apagasen, para terminar cuanto antes. El Diablo <strong>de</strong>bió escucharla, pues a<strong>de</strong>lantó los<br />

acontecimientos, pese a los cuidados <strong>de</strong>l médico. Raquel murió al atar<strong>de</strong>cer y Maribel quedó en<br />

trozo <strong>de</strong> carne, que se agitaba convulsivamente. El hijo <strong>de</strong> Ignacio fue en busca <strong>de</strong> la pistola <strong>de</strong><br />

salón, tocada por el Diablo, <strong>de</strong>stinada a disparar el tiro <strong>de</strong> gracia, que cerraba la ceremonia. El Gran<br />

Sacerdote zaran<strong>de</strong>ó un <strong>de</strong>spojo, riendo estúpidamente.<br />

- ¡Mal año! - murmuró Gerardo.<br />

Se procedió a vestir a los muertos. El rostro maltratado <strong>de</strong> Maribel, reflejaba la paz <strong>de</strong> la inocencia.<br />

Lola, que ayudaba a Inés, no pudo resistirlo. Arrancando la cruz <strong>de</strong> Caravaca, que llevaba al cuello,<br />

la puso sobre el pecho <strong>de</strong> la niña. Antes <strong>de</strong> embalar los cuerpos en las bolsas <strong>de</strong> plástico, los<br />

envolvieron en un trozo <strong>de</strong> moqueta. Empapaban la sangre. Cerrado el fardo, graparon en los fardos<br />

etiquetas, con nombre <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s almacenes conocidos, que i<strong>de</strong>ntificaban el contenido como<br />

alfombras.<br />

Dando por terminado fin <strong>de</strong> semana <strong>de</strong> pésimo augurio, los miembros <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n se reunieron en<br />

salón impoluto, sin vestir más ropa que la otorgada por madre naturaleza. Rosita, con aspiraciones a<br />

sacerdotisa, criticó.<br />

- ¡Ha faltado dirección! Se hubiese evitado, repartiéndolos en dos tandas. Nadie morirá a<br />

medianoche, cuando Pétula recite el salmo <strong>de</strong>l solsticio. Y eso trae consecuencias.<br />

- Satanás exigirá que sal<strong>de</strong>mos la <strong>de</strong>uda. <strong>La</strong> <strong>de</strong>sgracia caerá sobre nosotros, la patria ¡y la<br />

humanidad!. Cartago murió por no sacrificar a los primogénitos.<br />

- Podríamos liquidar a <strong>La</strong>ndrú o Filomena - insinuó Gerardo, que no los podía soportar. César<br />

replicó airado.<br />

- ¡Que te lo has creído!. ¡A ver don<strong>de</strong> encontramos otros como ellos!.<br />

El rector creyó que pensar le ponía a resguardo.<br />

- ¿Por qué no uno <strong>de</strong> nosotros?<br />

- ¡Tu por ejemplo!. O ese muchacho que has traído - replicó Javier.<br />

Braulio se mostraba extrañamente tranquilo.<br />

- En mi opinión, ¡no hay que preocuparse!. El amo <strong>de</strong>l mundo nos necesita. Somos su brazo<br />

ejecutor. Nos salvara, escogiendo el alma que prefiera.<br />

Reputada <strong>de</strong> adivinar el porvenir y transportarse a cualquier punto, en el tiempo y el espacio, Pétula<br />

no vio levantarse a Braulio y subir la escalera, que conducía a las habitaciones. Se había reintegrado<br />

al salón, cuando Ernesto se levantó. Antes <strong>de</strong> bajar, lavado y repeinado, pasó por el cuarto don<strong>de</strong><br />

quedó Myriam. Recordó al Perla. Y se lo <strong>de</strong>dicó. Entró en el salón, en compañía <strong>de</strong>l rubio angelical.<br />

El rector no pudo disimular un rictus <strong>de</strong> celos.<br />

Despedidos los guardas <strong>de</strong> seguridad, Filomena se agazapó tras la puerta <strong>de</strong>l jardín. Solitaria la<br />

calle, <strong>de</strong>bía advertir si aparecía algún curioso, para que los coches no saliesen inoportunamente. En

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