La Ilustre degeneración - Géminis Papeles de Salud
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ofrecían lugar don<strong>de</strong> albergar a sus ascendientes o colaterales.<br />
Discretos y rigurosamente elegantes, los que acudieron al duelo <strong>de</strong> Ubaldo, para expresar su dolor,<br />
intercambiaban saludos, formando corros animados. Departían quedamente, calculando los minutos<br />
<strong>de</strong> presencia, exigidos por la corrección, en función la relación que mantuvieron, con los vivos o el<br />
muerto. No corrían bebidas ni se ofrecían canapés, como en velatorio casero. <strong>La</strong> práctica estaba<br />
prohibida en el tanatorio, dotado <strong>de</strong> bar - restaurante bien abastecido, a disposición <strong>de</strong> clientes e<br />
invitados veinticuatro horas sobre veinticuatro. Insuficiente la clientela, recibía clientes <strong>de</strong>l exterior,<br />
siento frecuentes que clanes enlutados y llorosos, engurgitasen parcas cenas, junto a partida <strong>de</strong><br />
noctámbulos bullangueros.<br />
El ataúd <strong>de</strong> caoba, sobre catafalco cubierto por paño <strong>de</strong> terciopelo negro, bordado en oro, ocupaba<br />
el centro <strong>de</strong>l salón. Seis blandones <strong>de</strong> metal dorado hacían guardia. rematados por velones <strong>de</strong> cera<br />
auténtica. Los pabilos ardían, cómo en todo tiempo. Gerardo observó los rasgos <strong>de</strong>l difunto, a través<br />
<strong>de</strong>l cristal. No tenían parecido, ni aun lejano, con los parientes que recordaba, <strong>de</strong>l lado paterno o<br />
materno, dotados <strong>de</strong> marcado aire <strong>de</strong> familiar. Los dolientes ocupaban sillones Luis XIV, en ma<strong>de</strong>ra<br />
tallada y dorada, <strong>de</strong> alto respaldo, tapizados <strong>de</strong> terciopelo, igualmente negro. <strong>La</strong> recepcionista le<br />
indicó la ubicación <strong>de</strong> la viuda, en grupo cuatro hembras, cuyos rasgos disimulaba el tul,<br />
completado por varón barbilampiño y pelirrojo, que se aburría ostensiblemente. Gerardo se dijo que<br />
no conoció pelirrojo, ni entre parientes lejanos. Se disponía a saludar a la doliente, pero Rosita se le<br />
a<strong>de</strong>lantó. Saltando <strong>de</strong>l trono, se le <strong>de</strong>rramó en los brazos. <strong>La</strong> recibió, sin saber que actitud tomar.<br />
- ¡Siempre fuiste su primo predilecto!.<br />
Sollozó en su hombro y Gerardo empezó a inquietarse, preguntándose que buscaba aquella pájara,<br />
con la insólita <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> cariño. Sin darle tiempo a reflexionar, Rosita le cogió <strong>de</strong> la mano,<br />
arrastrándole hasta la cabecera <strong>de</strong>l féretro. Contempló al muerto por segunda vez. Por más vueltas<br />
que le daba, aquel rostro solo le recordaba a banquero conocido, que según <strong>de</strong>cían, estaba a punto<br />
<strong>de</strong> tener seria complicaciones. Intuyendo que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>cir algo, <strong>de</strong>sgranó frase manida:<br />
- Tiene perfil <strong>de</strong> medalla.<br />
- Todos vosotros tenéis mucha clase - mintió Rosita, con alevosía. Gerardo, que nunca oyó<br />
semejante cosa, referida a su persona, se cortó. Y preguntó por puro formulismo:<br />
- ¿Cómo fue?<br />
-¡Así!. ¡De repente!. No tenía nada. Se sintió mal, vino la ambulancia y lo metieron directamente en<br />
la UVI. Al principio no le di importancia. ¡Era tan aprensivo!. Pero se fue. ¡En un plis plas!<br />
No le cogió el brazo izquierdo. Lo acarició. Levantando el velo, le miró a los ojos. Sus cuerpos se<br />
rozaron. Un trallazo recorrió la espina dorsal <strong>de</strong> Gerardo. <strong>La</strong> voz <strong>de</strong> Rosita le arrullaba. Sumido en<br />
violentas sensaciones y confuso, se dijo que aquella tipa era una experta.<br />
- Fue terrible. Pero sobre todo, ¡inoportuno!. El pobre Ubaldo pasaba un mal momento. Ya sabes<br />
como era. Ganaba fortunas. ¡Pero gastaba fortunas!. ¡Por otro!. ¡Pobrecillo!. Se contentaba con<br />
cualquier cosa. Pero todo le parecía poco, tratándose <strong>de</strong> servir. Era tan bueno, que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que<br />
pasase lo que pasó, seguimos teniendo entrada en todas partes, ¡hasta en Palacio!. Pero un cerdo <strong>de</strong><br />
periodista publicó una sarta <strong>de</strong> mentiras. Ubaldo hubiese podido <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Aclarar con una<br />
palabra, don<strong>de</strong> estaba el dinero. ¡Pruebas tenía!. Pero si lo dice, hubiese hecho mucho daño. ¡A<br />
todos!. Sólo Dios sabe que hubiese podido pasar. ¡Imagínate lo que sería un escándalo semejante!<br />
Gerardo tragó saliva. No se podía imaginar nada <strong>de</strong> nada. <strong>La</strong> mujer continuó.<br />
- Si Ubaldo hubiese hablado, hoy no tendríamos problemas. Pero calló. Y lo que queda, ¡queda! ¡No<br />
hay quien lo en<strong>de</strong>rece!. Así que lo tengo todo embargado. Bueno, ¡lo que han podido encontrar!.<br />
Porque lo <strong>de</strong> fuera... Pero hay que ser pru<strong>de</strong>ntes. Buscan <strong>de</strong>jarnos sin medios. ¡Para que no nos<br />
podamos <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r!.<br />
Gerardo no escuchaba. Contempló a la prima, que adivinaba ficticia. Y sintió que jamás había