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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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101 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />

Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

—¡Oh! ¡Qué hermoso!<br />

Y <strong>el</strong> príncipe Alberto Leopoldo Mariano Juan Ramiro de<br />

Cortherney susurró, mientras se apoyaba en <strong>el</strong> hombro d<strong>el</strong> barón Lewis<br />

Shering primo hermano de la "aspirina", y señalando a la princesa:<br />

—Barón de mi alma. . . ¡es una birria!<br />

Reconozcamos, sin embargo, que los dos tenían razón.<br />

El príncipe era un hombre todo lo hermoso que <strong>el</strong> género masculino<br />

le permite ser a sus representantes, sin suscitar comentarios a su<br />

paso; y la princesa —¡qué doloroso me resulta declararlo!—era todo lo fea<br />

que tiene derecho a ser una bruja de la peor especie.<br />

No los describiré, porque les cedo con gusto tal labor a los nov<strong>el</strong>istas<br />

descriptivos que para eso son descriptivos y para eso son<br />

nov<strong>el</strong>istas. Los lectores pueden imaginarse una muchacha muy fea y un<br />

joven muy hermoso y <strong>el</strong>los y yo nos quedaremos más tranquilos.<br />

Después de trasmitirle la observación ya apuntada a su amigo,<br />

<strong>el</strong> barón Lewis Shering primo de la "aspirina", <strong>el</strong> príncipe Alberto<br />

Leopoldo Mariano Juan Ramiro de Cortherney abandonó furtivamente <strong>el</strong><br />

salón de los capit<strong>el</strong>es y cruzando estancias, salones y cámaras, llegó hasta<br />

<strong>el</strong> r<strong>el</strong>lano de la escalinata central. Estaba tan desilusionado y tedioso como<br />

lo habría estado un emperador romano en <strong>el</strong> momento de advertir que<br />

las fieras d<strong>el</strong> circo en lugar de merendarse a los cristianos, se disponían<br />

a tomar vermouth en su compañía.<br />

Alberto Leopoldo Mariano Juan Ramiro de Cortherney se detuvo<br />

en <strong>el</strong> r<strong>el</strong>lano y como tenía ansia de seguir fumando y <strong>el</strong> cigarrillo que<br />

tirara poco antes fuese <strong>el</strong> último de su pitillera, le pidió un cigarrillo a un<br />

soldado que estaba allí presentando armas. El soldado, agitado por la<br />

emoción, se apresuró a sacar un paquete de cigarrillos, y, junto con <strong>el</strong><br />

fusil, se lo presentó a su príncipe.<br />

El tedio y la desilusión de Alberto Leopoldo Mariano Juan Ramiro<br />

de Cortherney estaban justificados, y cualquier joven que se hallase<br />

prometido en matrimonio como él lo estaba, habría sufrido la misma<br />

desilusión y sentiría igual tedio que <strong>el</strong> príncipe al considerar lo fea de su<br />

prometida.<br />

Tal era la situación de ánimo de Alberto Leopoldo Mariano<br />

Juan Ramiro de Cortherney mientras bajaba la escalinata y a nadie le<br />

extrañará, por lo tanto, que fuese acariciándose <strong>el</strong> bigote, que tropezara<br />

en algunos escalones y que, de vez en cuando, susurrase a media voz<br />

conceptos tan vulgares como éstos:<br />

—No. . . Pues a mí a la fuerza no me casan. . .<br />

—Si la princesa quiere un marido, que se lo busque en las islas<br />

Sándwich.

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