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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

El <strong>libro</strong> d<strong>el</strong> <strong>convaleciente</strong> 283<br />

Detrás venían <strong>el</strong> Rajah y <strong>el</strong> Marajah en sendos paquidermos. Al salir<br />

nos habían dicho:<br />

—Nosotros estamos hartos de cazar tigres y de sufrir sus<br />

acometidas, que siempre tiene que aguantar <strong>el</strong> que va ad<strong>el</strong>ante. Así es<br />

que les cedemos <strong>el</strong> sitio de honor...<br />

Les dimos las gracias Mofando de reconocimiento.<br />

Detrás d<strong>el</strong> Rajah y d<strong>el</strong> Marajah, por fin, marchaban los<br />

doscientos indios, prontos a volverse corriendo a la aldea en cuanto<br />

oyesen los primeros rugidos.<br />

Marchábamos a la v<strong>el</strong>ocidad de una mesa camilla y seis horas<br />

después habíamos recorrido tres kilómetros. Los <strong>el</strong>efantes tenían que<br />

abrirse paso con la trompa, rompiendo las gruesas ramas de los<br />

árboles con nuestras frentes. El viaje era f<strong>el</strong>iz.<br />

A las cuatro de la tarde penetramos resu<strong>el</strong>tamente en la jungla.<br />

Nos aburríamos.<br />

Krauss Kold, <strong>el</strong> polaco inventor de las tómbolas, que nos<br />

acompañaba, organizó una rifa y para vender las once pap<strong>el</strong>etas se cayó<br />

nueve veces d<strong>el</strong> <strong>el</strong>efante.<br />

El Rajah y <strong>el</strong> Marajah, habituados a la caza d<strong>el</strong> tigre, se habían<br />

dormido y eran f<strong>el</strong>ices soñando con huríes gordas.<br />

Las siete de la tarde. Llevábamos once horas andando y no<br />

habíamos comido más que <strong>el</strong> salakoff de León Clarisse. A consecuencia<br />

de <strong>el</strong>lo, y por llevar la cabeza al descubierto, <strong>el</strong> francés falleció al poco<br />

rato de insolación. Le dejamos caer a la jungla y libertamos a nuestro<br />

<strong>el</strong>efante de 63 kilos de peso. El <strong>el</strong>efante volvió la cabeza sonriendo y nos<br />

dio las gracias.<br />

DESEOS DE VENGANZA<br />

Toda la noche caminamos por la jungla. Las luces d<strong>el</strong><br />

amanecer nos sorprendieron bostezando. Nadie hablaba. Estábamos<br />

todos de bastante mal humor. Los indios de la escolta habían desaparecido<br />

y <strong>el</strong> Rajah y <strong>el</strong> Marajah continuaban durmiendo en sus palanquines. Sin<br />

ponernos de acuerdo comenzamos a odiarlos.<br />

Aqu<strong>el</strong>la gentuza nos había metido en una aventura estúpida y<br />

mientras nosotros pasábamos mil fatigas, hambre y sed, <strong>el</strong>los dormían<br />

tranquilamente.<br />

Todo era silencio a nuestro alrededor, pero cada uno de<br />

nosotros rumiaba una venganza.

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