el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres
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118 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />
Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />
—No, señora; nada de eso me intriga.<br />
—¿Ni le intriga <strong>el</strong> hecho de que este auto esté pintado de color rosa<br />
liberty?<br />
Hice un silencio para reflexionar.<br />
—Tampoco —repuse por fin. Los ojos de la dama echaban<br />
chispas.<br />
—Además —añadí— no llevo encima más que siete duros.<br />
La dama rubia dejó escapar un grito con mezcla de estertor y<br />
cruce de "pointer".<br />
—¡Basta! —rugió.<br />
Cogió la bocina y habló por <strong>el</strong>la al chófer.<br />
—Rodríguez —dijo—, ¡para! Este individuo es un imbécil.<br />
El auto se detuvo cien metros más allá. Bajé d<strong>el</strong> auto, que se<br />
puso en marcha. Le vi desaparecer entre <strong>el</strong> polvo. Y como estábamos en<br />
la Bombilla, me entré en <strong>el</strong> "Campo de Recreo", llamé al camarero y le<br />
pedí una tortilla de cebolla y dos chuletas asadas.<br />
Soy un ser repugnante, muchacho, a quien le tienen sin cuidado<br />
las aventuras.<br />
Pero un domingo de Carnaval, recordando viejos carnavales<br />
pasados, la historia que me "accionó" Contricanis fue la que sigue, vivida<br />
indudablemente bajo los efectos d<strong>el</strong> alcohol:<br />
A las dos y cuarto de la madrugada <strong>el</strong> coche marcaba tres<br />
pesetas ochenta céntimos. Seis reales más tarde, <strong>el</strong> auto paraba frente al<br />
"Teatro de la Zarzu<strong>el</strong>a" y descendíamos d<strong>el</strong> vehículo mi amigo Fernandito<br />
Cretona y yo. Nos acompañaban dos señoritas: Saturnina Menéndez,<br />
unida en dulce lazo pasional con Fernando Cretona y Severiana<br />
Laviano, joven que me adoraba a mí desde cuatro horas antes.<br />
El primer conflicto de la noche brotó allí mismo. Fernando<br />
Cretona y yo nos cedimos mutuamente <strong>el</strong> placer de pagar <strong>el</strong> coche y<br />
como nuestro sacrificio llegaba hasta la enajenación amistosa, <strong>el</strong> chófer se<br />
vio precisado a emitir algunos juramentos para poder cobrar.<br />
Severiana y Saturnina unieron sus esfuerzos económicos y<br />
pagaron <strong>el</strong> taxi. Entonces Fernando y yo comenzamos a creer que nos<br />
amaban de veras.<br />
En <strong>el</strong> vestíbulo nos detuvimos nuevamente a pegarnos con <strong>el</strong><br />
portero. Este individuo, que era alto, gordo y pesimista, nos comunicó<br />
que estábamos borrachos, declaración que nos irritó bastante, por lo cual<br />
al oírle establecer en voz alta no sé qué r<strong>el</strong>aciones entre los gatos y las