el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres
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Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />
El <strong>libro</strong> d<strong>el</strong> <strong>convaleciente</strong> 175<br />
—El poder sólo lleva consigo angustias y tribulaciones —<br />
declaró— y la Muerte acaba con todo poder humano.<br />
—La paternidad —dijo— nunca puede compensarnos d<strong>el</strong> dolor<br />
de ver sufrir a los hijos.<br />
Y adujo razones y más razones que fortificaban su tesis con una<br />
<strong>el</strong>ocuencia arrebatadora.<br />
Los oyentes estábamos ya hechos polvo. Casi todos llorábamos, y<br />
muchos gemían a gritos.<br />
—En cuanto al amor —siguió Mateo implacable— es una<br />
mentira gigantesca. Al año de habernos muerto, la persona que nos<br />
adoraba sólo nos recuerda <strong>el</strong> día de nuestro santo. Y a los cinco años, ni<br />
<strong>el</strong> día de nuestro santo siquiera. ¿Qué nos queda, pues, para ser f<strong>el</strong>ices?<br />
¡Nada, señores, nada! Por eso yo me encararía con <strong>el</strong> Hombre y le<br />
diría: "¡Mátese usted y vivirá f<strong>el</strong>iz!" Por eso yo...<br />
Todavía la oratoria de Mateo siguió derribando <strong>el</strong> edificio de<br />
la f<strong>el</strong>icidad humana. Y su palabra tenía tal poder de sugestión que las<br />
personas d<strong>el</strong> público fueron abandonando poco a poco <strong>el</strong> salón de actos<br />
v comenzaron a suicidarse en <strong>el</strong> vestíbulo.<br />
Cada dos o tres segundos se oía un nuevo tiro.<br />
—¡Ya ha caído otro! —pensaba yo con angustia.<br />
Mateo seguía hablando arrebatadamente, y en <strong>el</strong> vestíbulo<br />
continuaba la racha de suicidios.<br />
Al poco rato sólo yo quedaba en <strong>el</strong> salón. Intenté resistir a<br />
Mateo, pero no pude, y salí d<strong>el</strong> vestíbulo y me tiré por <strong>el</strong> hueco de la<br />
escalera.<br />
* * *<br />
De las quinientas personas que habían compuesto <strong>el</strong> público de<br />
la conferencia sólo un oficial de Ingenieros y yo sobrevivimos, después de<br />
tres meses de cama.<br />
Como empezaba a fulgir la primavera, y como no nos influía<br />
ahora la oratoria de Mateo, ambos estábamos encantados de vivir. Una<br />
tarde, mientras merendábamos, alguien nos dio la noticia terrible:<br />
—Mateo Ramos se ha suicidado ayer.<br />
¿También Mateo? Yo no me explicaba aqu<strong>el</strong>lo. Todo <strong>el</strong> mundo<br />
sabe que <strong>el</strong> que predica una cosa es siempre <strong>el</strong> único que no la<br />
hace. Los cirujanos no se dejan operar; los farmacéuticos no con-<br />
sienten en tomar ninguna medicina; los cocineros apenas si comen<br />
dos o tres fruslerías; los vendedores de aparatos no oyen nunca la<br />
radio, y las gallinas no toman huevos fritos.