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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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84 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />

Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

—Lady Hamilton, cuyo verdadero nombre fue Emma Lyon, tuvo<br />

un bajo origen; fue criada de una posada, casó con Lord Hamilton, se<br />

enamoró de N<strong>el</strong>son y tuvo con él una hermosa y rubia niña. Nació en<br />

1761 y murió en 1815. La voz de dentro exclamó:<br />

—Muy bien. Queda usted aprobado. Puede presentarse a nuevo<br />

examen si aspira a que le den nota.<br />

Y la puerta se abrió. Holmes y yo entramos, temblorosos.<br />

Después de atravesar unos pasillos oscuros, como quien atraviesa<br />

un past<strong>el</strong> de hojaldre, nos hallamos en un vastísimo salón. Allí había<br />

hasta un centenar de damas y caballeros de la más alta aristocracia.<br />

Como eran de la alta aristocracia, les extrañó un poco que yo fuera tan<br />

bajito. Pero no dijeron nada.<br />

Disimulados dentro de nuestros disfraces de canallas, nos<br />

preparamos a asistir a la Misa Negra.<br />

Ésta comenzó al punto con una serie de ceremonias repugnantes.<br />

Un pastor protestante y dos empleados de Aduanas situados frente<br />

a una mesa de tresillo, que hacía las veces de altar, ejecutaron juegos<br />

malabares con tres bisoñés de otros miembros de la Cámara de los<br />

Comunes. Por fin a uno de <strong>el</strong>los le falló la mano y se le cayeron al su<strong>el</strong>o<br />

los bisoñés. Entonces los otros dos individuos se arrojaron sobre él y le<br />

dieron de bofetadas. Los infi<strong>el</strong>es que asistían a la Misa<br />

Negra rugieron con entusiasmo irreverente.<br />

Cuando <strong>el</strong> abofeteado logró rehacerse, exclamó por tres veces:<br />

—¡Támesis! ¡Támesis! ¡Támesis!<br />

Y, cual si aqu<strong>el</strong>lo fuera una orden inap<strong>el</strong>able, <strong>el</strong> desenfreno más<br />

inaudito se apoderó de la muchedumbre que llenaba <strong>el</strong> salón.<br />

Mujeres y hombres, olvidando sus orígenes aristocráticos, se<br />

entregaron a toda clase de terribles y odiosos excesos: se daban la<br />

mano, se preguntaban por la familia, se jugaban los peniques a cara o<br />

cruz, chupaban caram<strong>el</strong>os, sacaban virutas de sus bastones, se limpiaban<br />

los dientes, se depilaban las cejas, se ponían en cuclillas y daban saltos<br />

gritando "¡cuá, cuá!", se arrancaban los botones de los trajes, se<br />

apretaban los nudos de las corbatas; en fin, <strong>el</strong> disloque en <strong>el</strong> idioma de<br />

Shakespeare.

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