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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

¡MÁTESE USTED Y VIVIRÁ FELIZ!<br />

La oratoria es una de las fuerzas ciegas de la Naturaleza.<br />

Agradezco vivamente las f<strong>el</strong>icitaciones que <strong>el</strong> lector me está<br />

dirigiendo por haber construido la frase anterior, y paso enseguida a<br />

decir por qué opino que la oratoria es una de las fuerzas ciegas de la<br />

Naturaleza.<br />

Y para decirlo d<strong>el</strong> modo más claro trasladaré a estas cuartillas<br />

una curiosa historia. Oídme.<br />

* * *<br />

Mateo Ramos nació con <strong>el</strong> don de la oratoria, como podía<br />

haber nacido con una afección renal. No heredó aqu<strong>el</strong>la cualidad, pues<br />

sus padres no pudieron dejarle en herencia ni siquiera un cerebro<br />

s<strong>el</strong>ecto; así es que me sería dificilísimo explicar por qué misteriosas<br />

causas Mateo poseía <strong>el</strong> don de la oratoria.<br />

Pero que lo poseía es indudable. Desde la cuna, la fuerza de su<br />

<strong>el</strong>ocuencia se hizo sentir eficazmente a su alrededor. Su llanto al exigir<br />

—por ejemplo— <strong>el</strong> biberón, no era un llanto como <strong>el</strong> de los demás niños,<br />

ese llanto agudo, persistente e irresistible, merced al cual cuantos lo oyen<br />

piensan en <strong>el</strong> rey Herodes con m<strong>el</strong>ancólica nostalgia. Su llanto era<br />

apremiante, <strong>el</strong>ectrizante, enérgico e imperativo, igual que un clarín. Al<br />

percibirlo, todos los de la casa se precipitaban como cent<strong>el</strong>las en busca<br />

d<strong>el</strong> biberón, y a los pocos segundos Mateo se encontraba con seis<br />

biberones distintos para <strong>el</strong>egir. Su <strong>el</strong>ocuencia empezaba a triunfar.<br />

Y siguió triunfando.<br />

En los juegos infantiles le bastaban dos palabras para que todos<br />

los juguetes de sus amiguitos pasaran a sus manos.<br />

En <strong>el</strong> Instituto no se movía la hoja de un árbol ni la hoja de<br />

un <strong>libro</strong> contra la voluntad de Mateo.

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