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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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68 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />

Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

—¡Date preso! —gritó Holmes.<br />

—¡¡Atrás!! —clamó <strong>el</strong> hombre con voz maldita mientras nos apuntaba a<br />

los ojos con un revólver.<br />

Y antes de que nos diéramos cuenta, desapareció por una puerta que se<br />

abría en la pared y que servía para entrar y salir.<br />

Le seguimos de nuevo; sonó un tiro, y al hollar la habitación, inmediata,<br />

que aparecía en un desorden soviético, y donde, sin duda, se había cometido<br />

<strong>el</strong> crimen, ya sólo pudimos asistir a la agonía d<strong>el</strong> criminal. Antes de<br />

arrearse <strong>el</strong> tiro, se había quitado la barba, que yacía sobre la mesa.<br />

LAS EXPLICACIONES FINALES<br />

Dos días después, fumando ambos ante la chimenea de Baker Street,<br />

Holmes me explicó todos sus trabajos en <strong>el</strong> misterioso asunto.<br />

—La clave de todo —dijo— me la dio la tienda de sombreros, donde,<br />

como tú verías seguramente, había un letrero diciendo: Especialidad en<br />

sombreros de p<strong>el</strong>o azul marino. Calculé enseguida que lo que <strong>el</strong> asesino buscara<br />

en su víctima era la barba azul marino que lucía <strong>el</strong> ídem asesinado y que <strong>el</strong><br />

criminal pensaría vender en la tienda con destino a la fabricación de sombreros.<br />

Asesinado <strong>el</strong> marino, <strong>el</strong> criminal le afeitó; arregló la barba (y por eso pude asegurar<br />

que era un p<strong>el</strong>uquero) y se la puso, para disimular, hasta que llegara <strong>el</strong><br />

momento de venderla. Luego hizo desaparecer <strong>el</strong> cadáver, cortándolo en trocitos<br />

y metiéndolos en <strong>el</strong> cajón. Lo que me quedaba a mí que hacer era fácil: espiar <strong>el</strong><br />

momento en que <strong>el</strong> asesino fuese a la tienda a vender la barba, y detenerlo.<br />

—¿Y cómo pudo usted asegurar que la víctima faltaba de Londres hacía<br />

años?<br />

—Porque, de haber vivido en Londres, habría estado enterado de que<br />

podía vender su extraña barba en la tienda de Oxford-Street, y habría ido él<br />

mismo a hacer <strong>el</strong> negocio.

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