el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres
el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres
el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
250 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />
Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />
(Ojeada retrospectiva que también se estila mucho y que inclina<br />
al público a la m<strong>el</strong>ancolía.)<br />
LUCILA. — Es cierto, Félix. Yo creo que he sabido pagarte en la<br />
misma moneda de lealtad.<br />
FÉLIX. — ¿Lealtad? ¡No blasones de lo que te es desconocido!<br />
(Desde este momento empiezan ya las frases de efecto. El<br />
comediógrafo se "vu<strong>el</strong>ca" en las "réplicas" sucesivas.)<br />
LUCILA. — ¡Me ofendes, Félix!<br />
FÉLIX. — Fuiste tú la primera que me ofendiste con una<br />
conducta que no califico.<br />
LUCILA. — ¿Te he hecho algún daño por ventura?<br />
FÉLIX. — El mayor daño que se les hace a los demás se basa<br />
siempre en un gusto propio. (Aquí su<strong>el</strong>en empezar los rumores<br />
aprobatorios d<strong>el</strong> público "sano" que es <strong>el</strong> que no entiende una palabra<br />
de lo que están diciendo los cómicos.)<br />
LUCILA. — He procurado siempre hacerte f<strong>el</strong>iz.<br />
FÉLIX. — La f<strong>el</strong>icidad sólo reside en la ignorancia. Mas llega<br />
fatalmente un día en que se sabe lo que no se supo, y entonces...<br />
LUCILA. — Entonces, ¿ qué?<br />
FÉLIX. — (Con voz oscura.) Entonces se quisiera no saber lo que<br />
se sabe, y lo que se supo pasa a no saberse, y lo que aun no se sabe se<br />
agranda ante la magnitud de lo sabido. (Ovación segura. Estos líos de<br />
palabras arrancan al espectador d<strong>el</strong> asiento y le llenan de entusiasmo.<br />
Bravos, vivas; ya cada frase es una tormenta de admiración.)<br />
LUCILA. — ¿Acaso?<br />
FÉLIX. — (Rudamente.) ¡Sí, Lucila! ¡He averiguado!<br />
LUCILA. — (Apoyándose en un mueble.) ¡Dios mío! ¡Ha<br />
averiguado!<br />
FÉLIX. —(Mirando al techo y con la mano sobre <strong>el</strong> corazón.)<br />
He averiguado y algo se ha abierto bajo mis pies. ¡Divina ignorancia de<br />
los que no analizan! ¡Punzante latigazo de la verdad! Verdad... ¿por qué<br />
no me cubriste con tu manto de negra noche? Ignorancia..., ¿por qué<br />
no me tapaste con tu venda sutil las abiertas pupilas d<strong>el</strong> alma?... (Media<br />
hora de apóstrofes en este sentido, al acabar la cual, <strong>el</strong> autor sale dos<br />
veces a escena, reclamado por <strong>el</strong> d<strong>el</strong>irio de la muchedumbre.)<br />
LUCILA. — (Aterrada.) ¡Félix, por Dios!<br />
FÉLIX. — (En <strong>el</strong> mismo plan de latiguillo.) ¡No! ¡No me<br />
abochorna tu conducta! ¡Me abochorna y me escuece <strong>el</strong> error supremo<br />
en que siempre viví! ¡Te ensalcé, y me humillaste! ¡Te sacrifiqué mi