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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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98 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />

Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

Cogí <strong>el</strong> listín de precios y le señalé una cosa escrita en ingles<br />

mientras le ordenaba:<br />

—Tráigame esto.<br />

Hora y media después <strong>el</strong> camarero volvió rápidamente portando<br />

una bandeja con la cosa escrita en inglés en <strong>el</strong> listín de precios. Resultó<br />

que la cosa escrita en inglés era café con leche... Como <strong>el</strong> café no<br />

tenía color de café ni la leche color de leche, sospeché al punto que la<br />

leche no era leche y que <strong>el</strong> café no era café, por lo cual resolví no tomar<br />

ni café ni leche. Me limité a tomarme <strong>el</strong> azúcar mojado en agua.<br />

Después de comerme <strong>el</strong> azúcar me quedé meditando en lo efímero<br />

de los goces terrenos. Pero cuando todavía no había llegado a formarme<br />

una opinión bien concreta acerca de <strong>el</strong>lo, se sentó en la mesa de al<br />

lado, una dama recién venida.<br />

Tenía la <strong>el</strong>egancia de los ciervos jóvenes y era rubia como una<br />

mujer rubia. Sus ojos, aparte de rimm<strong>el</strong>, no tenían nada de particular;<br />

pero la dama me fue simpática en <strong>el</strong> acto porque se sentó encima de mi<br />

sombrero y no me pidió perdón. Se limitó a decir, cogiendo <strong>el</strong> ultrajado<br />

frégoli:<br />

—¡Lo he hecho un higo!<br />

Yo dije:<br />

—Así está más bonito.<br />

Ella repuso:<br />

—Peso sesenta kilos.<br />

Y yo exclamé:<br />

—Pues para sesenta kilos se ha enfadado poco.<br />

—Es que antes de comer peso kilo y cuarto menos.<br />

Desde ese momento la conversación continuó sin desmayos.<br />

Pronto llegamos al período de las confesiones.<br />

—Mi padre se llamaba Ed<strong>el</strong>miro.<br />

—Sí, señora; hay padres imposibles. El mío se bebía <strong>el</strong> láudano a<br />

chorro y se murió un año antes de lo que esperábamos.<br />

—En cambio —advirtió <strong>el</strong>la— mi madre era ciega.<br />

—¿De qué ojo?<br />

—De los dos.<br />

—¡Qué exageración! ¿Y cómo fue <strong>el</strong> hacerse usted ese traje<br />

morado?<br />

—En recuerdo de mi marido, que era farmacéutico. ¿Usted no<br />

ha tenido ningún marido farmacéutico?

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