el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres
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Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />
58 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />
Sherlock, que al entrar yo estaba hablando con un caballero de unos<br />
sesenta años, dos meses y un día, me tanteó <strong>el</strong> bíceps de amos brazos y dijo:<br />
— ¡Bravo! Veo, Harry, que está usted fuerte. Creo que necesitaré<br />
pronto d<strong>el</strong> vigor de sus brazos y le hecho venir trayendo una pesa de 25<br />
kilos en cada mano para que usted se robusteciera.<br />
Ahora tómese ese ponche, que le ha preparado mi ama de llaves, y<br />
escuchemos a este caballero.<br />
Nunca me ha gustado <strong>el</strong> ponche, por lo cual me tomé aquél<br />
apretándome la nariz con los dedos, en la postura en que se toma<br />
comúnmente <strong>el</strong> castor-oil (<strong>el</strong> aceite de ricino londinense), y durante<br />
dos horas oí de labios d<strong>el</strong> visitante de Holmes un r<strong>el</strong>ato por demás<br />
extraño que él nos contó con acento circunflejo.<br />
Aqu<strong>el</strong> caballero tenía un castillo en <strong>el</strong> país de Gales, y un hijo<br />
oficial d<strong>el</strong> Ejército Colonial. Al castillo hacía siglos que no le ocurría<br />
nada; pero <strong>el</strong> hijo había aparecido misteriosamente asesinado la noche<br />
anterior en <strong>el</strong> despacho de su piso de soltero, situado en<br />
Whitechap<strong>el</strong>.<br />
—¿Dice usted que cayó muerto junto a la caja de caudales?<br />
—preguntó Holmes, que escuchaba en silencio, con <strong>el</strong> semblante sereno,<br />
y acariciando, distraídamente, los bigotes d<strong>el</strong> visitante.<br />
—Sí, la caja estaba abierta, pero no faltaba de <strong>el</strong>la ni un<br />
penique —contestó míster Molkestone.<br />
—¿Y tornillos? ¿Le faltaba algún tornillo?<br />
—¿A la caja?<br />
—A su hijo.<br />
El señor Molkestone emitió un juramento muy usual en Irlanda,<br />
y exclamó:<br />
—¡Mi hijo era todo un hombre!<br />
Holmes pareció meditar.<br />
—¿Y sabe usted si su hijo tenía algún enemigo? —preguntó. —<br />
Su sastre le odiaba.<br />
—Pero eso no es un dato. También <strong>el</strong> mío me odia —arguyo <strong>el</strong><br />
detective—. En fin... ¿Dice usted que la puerta y la ventana d<strong>el</strong><br />
despacho han aparecido cerradas por dentro?