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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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180 Enrique Jardi<strong>el</strong> Ponc<strong>el</strong>a<br />

Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

años. Le hice comprender lo absurdo de nuestro amor ante la diferencia<br />

de edades. Ramsday insistió y yo volví a desengañarle. Se fue, al<br />

parecer, convencido; pero al día siguiente aparecía muerto en su cuarto.<br />

Se había suicidado por mí... Desde entonces —acabó Valentina— vago<br />

de un lado a otro, rodeada de las terribles sombras d<strong>el</strong> pasado y sin<br />

hallar la dicha en ningún sitio...<br />

Calló. Hubo una pausa. La historia de la vida de Valentina<br />

me había impresionado.<br />

Fui a decir algo, pero en aqu<strong>el</strong> mismo instante una persona<br />

entró en la terraza y avanzó hacia nosotros.<br />

Era la señora de Mencheta, una insoportable dama de cuarenta<br />

y tantos años, que hablaba con una vulgaridad difícilmente imitable, y<br />

a quien solía huir al descubrirla en un salón.<br />

—¡Querido Ricardo! —exclamó avanzando hacia mí—. ¡Cuánto<br />

me alegro encontrar a Valentina en tan buena compañía!<br />

Y acercándose a Valentina, la señora de Mencheta la tomó por<br />

la barbilla maternalmente.<br />

—¿Verdad que es muy linda? —me dijo.<br />

—Extraordinariamente linda.<br />

—¡Hija mía! —habló, besando a Valentina—. ¿Quién dirá que<br />

no tiene más que dieciocho años?<br />

—¿Dieciocho años? —pregunté, sin comprender nada de todo<br />

aqu<strong>el</strong>lo.<br />

—¡Dieciocho! Si hasta <strong>el</strong> mes pasado no ha salido d<strong>el</strong> colegio<br />

de monjas francesas... Su padre y yo hemos preferido que completase<br />

bien su educación, y hoy, Ricardo, hemos puesto de largo a Valentina<br />

por primera vez y la asomamos a los salones... Quiera Dios que no se<br />

case pronto... ¡ Cuesta tanto separarse de las hijas.. .!<br />

Miré a Valentina. Tenía los ojos clavados en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o; por las<br />

encendidas mejillas rodaban dos lágrimas abrasadoras.<br />

No supe qué decir y bajé al jardín a fumar un cigarrillo.

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