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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

El <strong>libro</strong> d<strong>el</strong> <strong>convaleciente</strong> 161<br />

—Ahora mismo. Y no sólo te demuestro que <strong>el</strong> hombre es una<br />

fiera, sino que soy capaz de domarlo en menos de media hora, como domé<br />

a "Mustafá".<br />

("Mustafá" era uno de sus leones; una criatura verdaderamente<br />

encantadora, capaz de hacer encaje de bolillos.)<br />

Desparramé en derredor una mirada. De pronto, al otro lado de<br />

la verja d<strong>el</strong> Retiro a lo largo de la cual paseábamos, descubrí dos ancianos<br />

apacibles que charlaban tomando <strong>el</strong> sol. Lo cierto es que jugué con<br />

ventaja, pues a uno de <strong>el</strong>los lo conocía de antiguo: un hombre de tal<br />

bondad, que sólo podía compararse con un áng<strong>el</strong> de Forli o con un<br />

mantecado a la vainilla.<br />

—Aqu<strong>el</strong> anciano —le dije al domador—. ¿Puedes demostrarme<br />

que aqu<strong>el</strong> anciano es una fiera?<br />

—Te voy a demostrar que lo es, y que lo es también su acompañante.<br />

Antes de diez minutos verás rugir a esos caballeros; dentro de<br />

un cuarto de hora espumajearán de rabia, y de aquí a media hora habrán<br />

caído dominados a mis pies.<br />

Y Mitsgoursky se dirigió a la verja que nos separaba de los<br />

dos ancianos.<br />

Les llamo la atención al través de los barrotes de la verja:<br />

—¡Eh! ¡Pchsss! ¡Eh!...<br />

Los ancianos caballeros volvieron sus rostros, miraron a<br />

Demetrio y se miraron entre sí.<br />

—¿Le conoce?<br />

—Yo, no. ¿Y usted?<br />

—No le he visto nunca hasta hoy.<br />

—¡Es raro!<br />

El domador siguió en sus gritos:<br />

—¡Eh! ¡Pchsss! ¡Eh!...<br />

Y metiendo su bastón entre los barrotes comenzó a azuzarlos,<br />

como hacía en <strong>el</strong> circo con sus leones.<br />

—¡Eh! ¡Fiera!... ¡Fiera! ¡Eeeh! . . .<br />

Los ancianos se miraron de nuevo y murmuraron:<br />

—Debe de estar mal de la cabeza.<br />

—Sí, debe de estar mal de la cabeza.<br />

Reanudaron su tranquila marcha. Pero Demetrio también<br />

reanudó su marcha a gritos:<br />

—¡Eeeh! ¡Fiera!... ¡Fiera!... ¡Eeeh!...<br />

Unos por <strong>el</strong> interior d<strong>el</strong> Parque y <strong>el</strong> otro por <strong>el</strong> exterior, separados<br />

únicamente por la verja, anduvieron seis u ocho metros<br />

Mitsgoursky seguía azuzándolos:<br />

—¡Eeeh! ¡Fieeera! .. .

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