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el libro del convaleciente - AMPA Severí Torres

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Digitalización de Elsa Martínez – mayo 2006<br />

El <strong>libro</strong> d<strong>el</strong> <strong>convaleciente</strong> 141<br />

hombre célebre de los ya putrefactos).<br />

Napoleón jugaba al dominó pésimamente. Estaba obsesionado<br />

con sus batallas, y como se empeñaba en creer que <strong>el</strong> seis doble era la<br />

caballería, <strong>el</strong> cuarto doble la artillería y <strong>el</strong> cinco doble la infantería, se<br />

armaba unos líos que daba asco presenciar <strong>el</strong> juego.<br />

Holber y Bonaparte acabaron regañando: <strong>el</strong> último dijo que<br />

tenía a menor jugar con un guardabarrera, y Holber hizo algunas alusiones<br />

molestas a Waterloo. Con lo cual Napoleón se fue muy reventado y<br />

Holber se quedó dormido.<br />

El r<strong>el</strong>oj de la casilla señaló las veintiuna; <strong>el</strong> correo de<br />

Baltimore iba a pasar y Holber seguía durmiendo.<br />

Un minuto, otro minuto y <strong>el</strong> ruido trepidante d<strong>el</strong> correo llenó la<br />

soledad rodríguez d<strong>el</strong> campo.<br />

Holber dormía a más y mejor.<br />

¡¡Acababa de faltar a su obligación por primera vez en su<br />

existencia!!<br />

TERCERA PARTE<br />

Una mano infame escribió <strong>el</strong> anónimo, en <strong>el</strong> que se denunciaba<br />

al presidente de la Compañía la falta al Reglamento cometida la noche<br />

anterior por <strong>el</strong> guardabarrera Ciro Holber.<br />

¿De quién podía ser aqu<strong>el</strong>la mano más que de Ruph Masrak?<br />

Sí; la mano era de él, aunque <strong>el</strong> pap<strong>el</strong> en que había escrito <strong>el</strong> anónimo<br />

era de un pariente suyo, que pegaba sobres en una oficina particular de<br />

Baltimore.<br />

La denuncia surtió efecto Horas después, a las catorce y dieciocho,<br />

una locomotora sin vagones se detenía ante la casilla de los<br />

Holber Y sentado en la chimenea de aqu<strong>el</strong>la locomotora, venía Elías<br />

Jentroph, <strong>el</strong> presidente d<strong>el</strong> Consejo de Administración de la Compañía<br />

Era un hombre seco, enérgico, huérfano desde los setenta años.<br />

En cuatro palabras comunicó a Ciro Holber <strong>el</strong> cese de su cargo. Desde<br />

aqu<strong>el</strong> mismo momento pasaría a ser guardabarrera <strong>el</strong> canallesco Ruph<br />

Masrak.<br />

Los Holber lloraron lágrimas viriles y salobres.<br />

Y <strong>el</strong> presidente Jentroph volvió a subirse en la chimenea de la<br />

locomotora, y ésta desapareció andando hacia atrás.

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