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La Destrucción de Jerusalén

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tienen la verdad. No hay conflicto <strong>de</strong> sentimientos; todos son <strong>de</strong> un corazón y <strong>de</strong> una<br />

mente.” (249.)<br />

Entre todos los gran<strong>de</strong>s movimientos religiosos habidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los días <strong>de</strong> los<br />

apóstoles, ninguno resultó más libre <strong>de</strong> imperfecciones humanas y engaños <strong>de</strong> Satanás<br />

que el <strong>de</strong>l otoño <strong>de</strong> 1844. Ahora mismo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l transcurso <strong>de</strong> cuarenta años, todos<br />

los que tomaron parte en aquel movimiento y han permanecido firmes en la verdad,<br />

sienten aún la influencia <strong>de</strong> tan bendita obra y dan testimonio <strong>de</strong> que ella era <strong>de</strong> Dios.<br />

Al clamar: “¡He aquí que viene el Esposo, salid a recibirle!” los que esperaban<br />

“se levantaron y a<strong>de</strong>rezaron sus lámparas;” estudiaron la Palabra <strong>de</strong> Dios con una<br />

intensidad e interés antes <strong>de</strong>sconocidos. Fueron enviados ángeles <strong>de</strong>l Cielo para<br />

<strong>de</strong>spertar a los que se habían <strong>de</strong>sanimado, y para prepararlos a recibir el mensaje. <strong>La</strong><br />

obra no <strong>de</strong>scansaba en la sabiduría y los conocimientos humanos, sino en el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Dios. No fueron los <strong>de</strong> mayor talento, sino los más humil<strong>de</strong>s y piadosos, los que oyeron<br />

y obe<strong>de</strong>cieron primero al llamamiento. Los campesinos abandonaban sus cosechas en<br />

los campos, los artesanos <strong>de</strong>jaban sus herramientas y con lágrimas y gozo iban a<br />

pregonar el aviso. Los que anteriormente habían encabezado la causa fueron los últimos<br />

en unirse a este movimiento. <strong>La</strong>s iglesias en general le cerraron sus puertas en contra, y<br />

muchos <strong>de</strong> los que lo aceptaron se separaron <strong>de</strong> sus congregaciones. En la provi<strong>de</strong>ncia<br />

<strong>de</strong> Dios, este clamor se unió con el segundo mensaje angelical y dio po<strong>de</strong>r a la obra.<br />

El clamor <strong>de</strong> medianoche no era tanto llevar argumento, si bien la prueba <strong>de</strong> las<br />

Escrituras era clara y terminante. Iba acompañado <strong>de</strong> un po<strong>de</strong>r que movía e impulsaba<br />

al alma. No había dudas, ni discusiones. Con motivo <strong>de</strong> la entrada triunfal (250) <strong>de</strong><br />

Cristo en <strong>Jerusalén</strong>, el pueblo que se había reunido <strong>de</strong> todas partes <strong>de</strong>l país para celebrar<br />

la fiesta, fue en tropel al Monte <strong>de</strong> los Olivos, y al unirse con la multitud que<br />

acompañaba a Jesús, se <strong>de</strong>jó arrebatar por la inspiración <strong>de</strong>l momento y contribuyó a<br />

dar mayores proporciones a la aclamación: “¡Bendito el que viene en el nombre <strong>de</strong>l<br />

Señor!” (S. Mateo 21:9.) Del mismo modo, los incrédulos que se agolpaban en las<br />

reuniones adventistas - unos por curiosidad, otros meramente para ridiculizarlas -<br />

sentían el po<strong>de</strong>r convincente que acompañaba el mensaje, “¡He aquí que viene el<br />

Esposo!”<br />

En aquel entonces había una fe que atraía respuestas <strong>de</strong>l Cielo a las oraciones, -<br />

una fe que se atenía a la recompensa. Como los aguaceros que caen en tierra sedienta, el<br />

Espíritu <strong>de</strong> gracia <strong>de</strong>scendió sobre los que le buscaban con sinceridad. Los que<br />

esperaban verse pronto cara a cara con su Re<strong>de</strong>ntor sintieron una solemnidad y un gozo<br />

in<strong>de</strong>cibles. El po<strong>de</strong>r suavizador y sojuzgador <strong>de</strong>l Espíritu Santo cambiaba los corazones,<br />

y onda tras onda <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> Dios se extendía sobre los fieles creyentes.<br />

Los que recibieron el mensaje llegaron cuidadosa y solemnemente al tiempo en<br />

que esperaban encontrarse con su Señor. Cada mañana sentían que su primer <strong>de</strong>ber<br />

consistía en asegurar su aceptación para con Dios. Sus corazones estaban estrechamente<br />

unidos, y oraban mucho unos con otros y unos por otros. A menudo se reunían en sitios<br />

apartados para ponerse en comunión con Dios, y se oían voces <strong>de</strong> intercesión que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

los campos y las arboledas ascendían al Cielo. <strong>La</strong> seguridad <strong>de</strong> que el Señor les daba su<br />

aprobación era para ellos más necesaria que su alimento diario, y si alguna nube (251)<br />

obscurecía sus espíritus, no <strong>de</strong>scansaban hasta que se hubiera <strong>de</strong>svanecido. Como<br />

sentían el testimonio <strong>de</strong> la gracia que les perdonaba anhelaban contemplar a Aquel a<br />

quién amaban sus almas.<br />

Pero un <strong>de</strong>sengaño más les estaba reservado. El tiempo <strong>de</strong> espera pasó, y su<br />

Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable habían esperado su venida, y ahora<br />

sentían lo que María, cuando, al ir al sepulcro <strong>de</strong>l Salvador y encontrándolo vacío,<br />

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