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La Destrucción de Jerusalén

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sabiduría y mansedumbre los exhortó y los amonestó. Y mediante el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />

Evangelio encarriló a la gente <strong>de</strong>sorientada en el camino <strong>de</strong> verdad.<br />

Lutero no <strong>de</strong>seaba verse con los fanáticos (148) cuyas enseñanzas habían<br />

causado tan grave perjuicio. Harto los conocía por hombres <strong>de</strong> temperamento<br />

apresurado y violento, y que, pretendiendo ser iluminados directamente por el Cielo, no<br />

admitirían la menor contradicción ni aten<strong>de</strong>rían a un solo consejo cariñoso.<br />

Arrogándose la suprema autoridad, exigían <strong>de</strong> todos que, sin la menor resistencia,<br />

reconociesen lo que ellos pretendían. Pero como solicitaron una entrevista con él,<br />

consintió en recibirlos; y <strong>de</strong>nunció sus pretensiones con tanto éxito que los impostores<br />

se alejaron en el acto <strong>de</strong> Wittenberg.<br />

El fanatismo quedó <strong>de</strong>tenido por un tiempo; pero pocos años <strong>de</strong>spués resucitó<br />

con mayor violencia y logró resultados más <strong>de</strong>sastrosos. Respecto a los principales<br />

directores <strong>de</strong> este movimiento, dijo Lutero: “Para ellos las Sagradas Escrituras son letra<br />

muerta; todos gritan: “¡El Espíritu! ¡El Espíritu!” Pero yo no quisiera ir por cierto<br />

adon<strong>de</strong> su espíritu los guía. ¡Plegue a Dios en su misericordia guardarme <strong>de</strong> pertenecer<br />

a una iglesia en la cual sólo haya santos! Yo <strong>de</strong>seo estar en compañerismo con el<br />

humil<strong>de</strong>, el débil, el enfermo, quienes conozcan y sientan sus pecados, y quienes<br />

suspiren y clamen continuamente a Dios <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> sus corazones para obtener<br />

su consolación y sustento.”<br />

Tomás Munzer, el más activo <strong>de</strong> los fanáticos, era hombre <strong>de</strong> notable habilidad<br />

que, si la hubiese encauzado <strong>de</strong>bidamente, habría podido hacer mucho bien; pero<br />

<strong>de</strong>sconocía aun los principios más rudimentarios <strong>de</strong> la religión verda<strong>de</strong>ra. Se imaginó él<br />

mismo or<strong>de</strong>nado por Dios para reformar el mundo, olvidando, como muchos otros<br />

entusiastas, que la Reforma <strong>de</strong>bería <strong>de</strong> empezar con el mismo.” Ambicionaba ejercer<br />

cargos e influencia, y no quería ocupar el segundo puesto, ni aun bajo el mismo Lutero.<br />

El acusó a los (149) reformadores con establecer, mediante su adhesión a la Biblia sólo,<br />

una especie <strong>de</strong> papado. Él se consi<strong>de</strong>ro así mismo llamado <strong>de</strong> Dios para remediar el<br />

mal, y sostuvo que las manifestaciones <strong>de</strong>l Espíritu eran los medios por los cuales esto<br />

iba a ser realizado, y que aquel quién tuviera el Espíritu poseerá la verda<strong>de</strong>ra fe, aunque<br />

posiblemente nunca haya visto las Sagradas Escrituras.<br />

Los maestros <strong>de</strong>l fanatismo se abandonaban al influjo <strong>de</strong> sus impresiones y<br />

llamándose cada pensamiento <strong>de</strong> la mente la voz <strong>de</strong> Dios; en consecuencia, se fueron a<br />

los extremos. Algunos llegaron hasta quemar sus Biblias, exclamando: “<strong>La</strong> letra mata,<br />

el Espíritu es el que da vida.” Los hombres naturalmente aman lo maravilloso, y todo lo<br />

que lisonjee su orgullo, y muchos estuvieron listos en aceptar las enseñanzas <strong>de</strong><br />

Munzer. Pronto llegó a con<strong>de</strong>nar el or<strong>de</strong>n en el culto público y <strong>de</strong>claró que obe<strong>de</strong>cer a<br />

los príncipes era querer servir a Dios y a Belial.<br />

El pueblo que comenzaba a emanciparse <strong>de</strong>l yugo <strong>de</strong>l papado, tascaba el freno<br />

bajo las restricciones <strong>de</strong> la autoridad civil. <strong>La</strong>s enseñanzas revolucionarias <strong>de</strong> Munzer,<br />

con su presunta aprobación divina, los indujeron a sublevarse contra toda sujeción y a<br />

abandonarse a sus prejuicios y a sus pasiones. Se siguieron las más terribles escenas <strong>de</strong><br />

sedición y contienda y los campos <strong>de</strong> Alemania se empaparon <strong>de</strong> sangre.<br />

<strong>La</strong> angustia <strong>de</strong> corazón que Lutero había experimentado hacía tanto tiempo en su<br />

celda en Erfurt, se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> él nuevamente con redoblada fuerza al ver que los<br />

resultados <strong>de</strong>l fanatismo eran consi<strong>de</strong>rados como efecto <strong>de</strong> la Reforma. Los príncipes<br />

papistas <strong>de</strong>claraban y muchos creyeron, que las doctrinas <strong>de</strong> Lutero habían sido la causa<br />

<strong>de</strong> la rebelión. A pesar <strong>de</strong> que estos cargos carecían <strong>de</strong>l más leve fundamento, no<br />

pudieron menos que causar honda (150) pena al reformador. Que el trabajo <strong>de</strong>l Cielo<br />

<strong>de</strong>bería ser así <strong>de</strong>gradado siendo clasificado con el fanatismo más bajo, parecido a lo<br />

que él podía soportar. Por otra parte, los jefes <strong>de</strong> la revuelta odiaban a Lutero no sólo<br />

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