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La Destrucción de Jerusalén

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entregaron como herencia y <strong>de</strong>udores por la mayor luz que nos alumbra hoy proce<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> la Palabra <strong>de</strong> Dios.<br />

Cristo dijo a los incrédulos judíos: “Si yo no hubiera venido ni les hubiera<br />

hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa <strong>de</strong> su pecado.” (S. Juan<br />

15:22.) El mismo po<strong>de</strong>r divino habló por boca <strong>de</strong> Lutero al emperador y a los príncipes<br />

<strong>de</strong> Alemania. Y mientras la luz resplan<strong>de</strong>cía proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Palabra <strong>de</strong> Dios, su<br />

Espíritu alegó por última vez con muchos <strong>de</strong> los que se hallaban en aquella asamblea.<br />

Así como Pilato, siglos antes, permitiera que el orgullo y la popularidad le cerraran el<br />

corazón para que no recibiera al Re<strong>de</strong>ntor <strong>de</strong>l mundo; y así como el cobar<strong>de</strong> Félix<br />

rechazara el mensaje <strong>de</strong> verdad, diciendo: “Ahora vete; mas cuando tenga oportunidad<br />

te llamaré,” y así como el orgulloso Agripa (137) confesara: “Por poco me persua<strong>de</strong>s a<br />

ser Cristiano,” pero rechazó el mensaje que le era enviado <strong>de</strong>l Cielo, así también Carlos<br />

V, cediendo a las instancias <strong>de</strong>l orgullo y <strong>de</strong> la política <strong>de</strong>l mundo, <strong>de</strong>cidió rechazar la<br />

luz <strong>de</strong> la verdad.<br />

Algunos adherentes <strong>de</strong>l papa <strong>de</strong>mandaron que el salvoconducto <strong>de</strong> Lutero fuera<br />

violado. “El Rin, - <strong>de</strong>cían, - <strong>de</strong>be recibir sus cenizas, como recibió hace un siglo las <strong>de</strong><br />

Juan Hus”. Corrían por todas partes muchos rumores <strong>de</strong> los proyectos hostiles a Lutero<br />

y <strong>de</strong>spertaban gran agitación en la ciudad. El reformador se había conquistado muchos<br />

amigos que, conociendo la traidora crueldad <strong>de</strong> Roma para con los que se atrevían a<br />

sacar a luz sus corrupciones, resolvieron evitar a todo trance que él fuese sacrificado.<br />

Centenares <strong>de</strong> nobles se comprometieron a protegerle. No pocos <strong>de</strong>nunciaban<br />

públicamente el mensaje imperial como prueba evi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> humillante sumisión al<br />

po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Roma. Se fijaron pasquines en las puertas <strong>de</strong> las casas y en las plazas públicas,<br />

unos contra Lutero y otros en su favor. En uno <strong>de</strong> ellos se leían sencillamente estas<br />

enérgicas palabras <strong>de</strong>l sabio: “¡Ay <strong>de</strong> ti, tierra, cuando tu rey es un jovenzuelo!” El<br />

entusiasmo que el pueblo manifestaba en favor <strong>de</strong> Lutero en todas partes <strong>de</strong>l imperio,<br />

dio a conocer a Carlos y a la dieta que si se cometía una injusticia contra él bien podrían<br />

quedar comprometidas la paz <strong>de</strong>l imperio y la estabilidad <strong>de</strong>l trono.<br />

Fe<strong>de</strong>rico <strong>de</strong> Sajonia observó una bien estudiada reserva, ocultando<br />

cuidadosamente sus verda<strong>de</strong>ros sentimientos para con el reformador, y al mismo tiempo<br />

lo custodiaba con incansable vigilancia, observando todos sus movimientos y los <strong>de</strong> sus<br />

adversarios. Pero había muchos que no se cuidaban <strong>de</strong> ocultar su (138) simpatía. Los<br />

príncipes, los caballeros, los señores, los eclesiásticos, y las personas comunes ro<strong>de</strong>aron<br />

la habitación <strong>de</strong> Lutero, entrando y mirándolo como si fuera más humano. Aún aquellos<br />

que creyeron que él estaba en error no pudieron sino admirar esa nobleza <strong>de</strong> alma que lo<br />

condujo a arriesgar su vida en vez <strong>de</strong> violar su conciencia.<br />

Se hicieron esfuerzos supremos para conseguir que Lutero consintiera en<br />

transigir con Roma. Príncipes y nobles le manifestaron que si persistía en sostener sus<br />

opiniones contra la iglesia y los concilios, pronto se le <strong>de</strong>sterraría <strong>de</strong>l imperio y<br />

entonces nadie le <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ría. A esto respondió el reformador: “Es imposible predicar el<br />

Evangelio <strong>de</strong> Cristo sin escándalo. ¿Cómo es posible que el temor o aprensión <strong>de</strong> los<br />

peligros me <strong>de</strong>sprenda <strong>de</strong>l Señor y <strong>de</strong> su Palabra divina, que es la única verdad'? ¡No,<br />

antes daré mi cuerpo, mi sangre y mi vida!”<br />

Se le instó nuevamente a someterse al juicio <strong>de</strong>l emperador, pues entonces no<br />

tendría nada que temer. “Consiento <strong>de</strong> veras - dijo en replica - en que el emperador, los<br />

príncipes y aun los más humil<strong>de</strong>s cristianos, examinen y juzguen mis libros; pero bajo<br />

una condición, que tomarán por su guía la Sagrada Escritura. Los hombres no tienen<br />

nada que hacer sino rendir obediencia a ella. Mi conciencia esta en <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> esa<br />

palabra, y soy súbdito <strong>de</strong> su autoridad.”<br />

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