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2:10-12.) “Aquel día arrojará el hombre a los topos y (455) murciélagos sus ídolos <strong>de</strong><br />
plata y sus ídolos <strong>de</strong> oro, que él se hizo para adorarlos, y se meterá en las hendiduras <strong>de</strong><br />
las rocas y en las cavernas <strong>de</strong> las peñas, por la presencia temible <strong>de</strong> Jehová, y por el<br />
resplandor <strong>de</strong> su majestad, cuando se levante para sacudir con fuerza la tierra.” (Isaías<br />
2:20,21.)<br />
Por un <strong>de</strong>sgarrón <strong>de</strong> las nubes una estrella arroja rayos <strong>de</strong> luz cuyo brillo queda<br />
cuadruplicado por el contraste con la obscuridad. Significa esperanza y júbilo para los<br />
fieles, pero severidad para los transgresores <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios. Los que todo lo<br />
sacrificaron por Cristo están entonces seguros, como escondidos en los pliegues <strong>de</strong>l<br />
pabellón <strong>de</strong> Dios. Fueron probados, y ante el mundo y los <strong>de</strong>spreciadores <strong>de</strong> la verdad<br />
<strong>de</strong>mostraron su fi<strong>de</strong>lidad a Aquel que murió por ellos. Un cambio maravilloso se ha<br />
realizado en aquellos que conservaron su integridad ante la misma muerte. Han sido<br />
librados como por ensalmo <strong>de</strong> la sombría y terrible tiranía <strong>de</strong> los hombres vueltos<br />
<strong>de</strong>monios. Sus semblantes, poco antes tan pálidos, tan llenos <strong>de</strong> ansiedad y tan<br />
macilentos, brillan ahora <strong>de</strong> admiración, fe, y amor. Sus voces se elevan en canto<br />
triunfal: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.<br />
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al<br />
corazón <strong>de</strong>l mar; aunque bramen y borboteen sus aguas, y tiemblen los montes a causa<br />
<strong>de</strong> su ímpetu.” (Salmos 46: l-3.)<br />
Mientras estas palabras <strong>de</strong> santa confianza se elevan hacia Dios, las nubes se<br />
retiran, y el Cielo estrellado brilla con esplendor in<strong>de</strong>scriptible en contraste con el<br />
firmamento negro y severo en ambos lados. <strong>La</strong> magnificencia <strong>de</strong>l (456) Cielo es<br />
radiante por las puertas entreabiertas. Entonces aparece en el Cielo una mano que<br />
sostiene dos tablas <strong>de</strong> piedra puestas una sobre otra. <strong>La</strong> mano abre las tablas en las<br />
cuales se revelan los preceptos <strong>de</strong>l Decálogo inscritos como con letras <strong>de</strong> fuego. <strong>La</strong>s<br />
palabras son tan distintas que todos pue<strong>de</strong>n leerlas. <strong>La</strong> memoria se <strong>de</strong>spierta, las<br />
tinieblas <strong>de</strong> la superstición y <strong>de</strong> la herejía <strong>de</strong>saparecen <strong>de</strong> todos los espíritus, y las diez<br />
palabras <strong>de</strong> Dios, breves, inteligibles y llenas <strong>de</strong> autoridad, se presentan a la vista <strong>de</strong><br />
todos los habitantes <strong>de</strong> la tierra. ¡El código maravilloso! ¡<strong>La</strong> ocasión maravillosa!<br />
Es imposible <strong>de</strong>scribir el horror y la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> aquellos que pisotearon<br />
los santos preceptos <strong>de</strong> Dios. El Señor les había dado su ley con la cual hubieron podido<br />
comparar su carácter y ver sus <strong>de</strong>fectos mientras que había aún oportunidad para<br />
arrepentirse y reformarse; pero el afán <strong>de</strong> asegurarse el favor <strong>de</strong>l mundo, pusieron a un<br />
lado los preceptos <strong>de</strong> la ley y enseñaron a otros a transgredirlos. Se empeñaron en<br />
obligar al pueblo <strong>de</strong> Dios a que profanase su sábado. Ahora los con<strong>de</strong>na aquella misma<br />
ley que <strong>de</strong>spreciaban. Ya echan <strong>de</strong> ver que no tienen disculpa. Eligieron a quién querían<br />
servir y adorar. “Entonces volveréis a discernir entre el justo y el malo, entre el que<br />
sirve a Dios y el que no le sirve.” (Malaquías 3:18.)<br />
Los enemigos <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los ministros hasta el más insignificante<br />
entre ellos, adquieren un nuevo concepto <strong>de</strong> lo que es la verdad y el <strong>de</strong>ber. Reconocen<br />
<strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> que el sábado <strong>de</strong>l cuarto mandamiento es el sello <strong>de</strong>l Dios vivo. Ven<br />
<strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra naturaleza <strong>de</strong> (457) su falso sábado, y el fundamento<br />
arenoso sobre el cual construyeron. Se dan cuenta <strong>de</strong> que han estado luchando contra<br />
Dios. Los maestros <strong>de</strong> la religión condujeron las almas a la perdición mientras<br />
profesaban guiarlas hacia las puertas <strong>de</strong>l Paraíso. No se sabrá antes <strong>de</strong>l día <strong>de</strong>l juicio<br />
final cuán gran<strong>de</strong> es la responsabilidad <strong>de</strong> los que <strong>de</strong>sempeñan un cargo sagrado, y cuán<br />
terribles son los resultados <strong>de</strong> su infi<strong>de</strong>lidad. Sólo en la eternidad podrá apreciarse<br />
<strong>de</strong>bidamente la pérdida <strong>de</strong> una sola alma. Terrible será la suerte <strong>de</strong> aquel a quien Dios<br />
diga: Apártate, mal servidor.<br />
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