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<strong>de</strong> la tierra, los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivirán. Y toda la tierra<br />
repercutirá bajo las pisadas <strong>de</strong> la multitud extraordinaria <strong>de</strong> todas las naciones, tribus,<br />
lenguas y pueblos. De la prisión <strong>de</strong> la muerte salen revestidos <strong>de</strong> gloria inmortal<br />
gritando: “¿Dón<strong>de</strong> está, oh muerte, tu victoria? ¿Dón<strong>de</strong> está, oh sepulcro, tu aguijón?”<br />
(1 Corintios 15:55.) Y los justos vivos unen sus voces a las <strong>de</strong> los santos resucitados en<br />
prolongada y alegre aclamación <strong>de</strong> victoria.<br />
Todos salen <strong>de</strong> sus tumbas <strong>de</strong> igual estatura que cuando en ellas fueran<br />
<strong>de</strong>positados. Adán, que se encuentra entre la multitud resucitada, es <strong>de</strong> soberbia altura y<br />
formas majestuosas, <strong>de</strong> porte poco inferior al <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios. Presenta un contraste<br />
notable con los hombres <strong>de</strong> las generaciones posteriores; en este respecto se nota la gran<br />
<strong>de</strong>generación <strong>de</strong> la raza humana. Pero todos se levantan <strong>de</strong> su último sueño profundo<br />
con la lozanía y el vigor <strong>de</strong> eterna juventud. Al principio, el hombre fue creado a la<br />
semejanza <strong>de</strong> Dios, no sólo en carácter, sino también en lo que se refiere a la forma y a<br />
la fisonomía. El pecado borró e hizo <strong>de</strong>saparecer casi por completo la imagen divina;<br />
pero Cristo vino a restaurar lo que se había malogrado. El transformará nuestros cuerpos<br />
viles y los hará semejantes a la imagen <strong>de</strong> su cuerpo glorioso. <strong>La</strong> forma mortal y<br />
corruptible, <strong>de</strong>sprovista <strong>de</strong> gracia, manchada en otro tiempo por el pecado, se vuelve<br />
perfecta, hermosa e (463) inmortal. Todas las imperfecciones y <strong>de</strong>formida<strong>de</strong>s quedan<br />
en la tumba. Los redimidos tienen la imagen <strong>de</strong> su Señor. ¡Oh re<strong>de</strong>nción maravillosa!<br />
De ti mucho se habló, mucho se te esperó, contemplada con anticipación ansiosa, pero<br />
nunca completamente entendida.<br />
Los justos vivos son mudados “en un instante, en un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos.” A la<br />
voz <strong>de</strong> Dios fueron glorificados; ahora son echados inmortales, y juntamente con los<br />
santos resucitados son arrebatados para recibir a Cristo su Señor en los aires. Amigos, a<br />
quienes la muerte tenía separados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> largo tiempo, se reúnen para no separarse más.<br />
Santos ángeles llevan niñitos a los brazos <strong>de</strong> sus madres, y juntos, con canciones <strong>de</strong><br />
alegría, ascien<strong>de</strong>n a la ciudad <strong>de</strong> Dios.<br />
En cada lado <strong>de</strong>l carro nebuloso hay alas, y <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ellas, ruedas vivientes; y<br />
mientras el carro ascien<strong>de</strong> las ruedas claman: “¡Santo!” y las alas, al moverse, claman:<br />
“¡Santo!” y el cortejo <strong>de</strong> los ángeles exclama: “¡Santo, santo, santo, es el Señor Dios, el<br />
Todopo<strong>de</strong>roso!” el pueblo <strong>de</strong> Dios exclama: “¡Aleluya!” mientras el carro se a<strong>de</strong>lanta<br />
hacia la nueva <strong>Jerusalén</strong>.<br />
Antes <strong>de</strong> entrar a la ciudad, se arreglan los santos en un cuadrado hueco, con<br />
Jesús en el medio. En altura supera los santos y los ángeles. Su forma majestuosa y<br />
aspecto amoroso se pue<strong>de</strong> ver en el cuadro. Sobre las cabezas <strong>de</strong> los vencedores el<br />
Salvador, con su propia mano <strong>de</strong>recha, coloca las coronas <strong>de</strong> gloria. Para cada santo hay<br />
una corona, llevando su nombre nuevo, y la inscripción, “Santidad a Jehová.” En cada<br />
mano está puesta la palma <strong>de</strong>l vencedor y la brillante arpa. Los ángeles indicados tocan<br />
la nota, y se levanta cada voz en alabanza agra<strong>de</strong>cida, cada mano barre las cuerdas <strong>de</strong>l<br />
arpa (464) con tacto diestro, produciendo dulce música en ricos y melodiosos acor<strong>de</strong>s.<br />
Delante <strong>de</strong> la multitud <strong>de</strong> los redimidos se encuentra la ciudad santa. Jesús abre<br />
ampliamente las puertas <strong>de</strong> perla, y entran por ellas las naciones que guardaron la<br />
verdad. Allí contemplan el paraíso <strong>de</strong> Dios, el hogar <strong>de</strong> Adán en su inocencia. Luego se<br />
oye aquella voz, más armoniosa que cualquier música que haya acariciado jamás el oído<br />
<strong>de</strong> los hombres, y que dice: “Vuestro conflicto ha terminado.” Los rayos <strong>de</strong>l aspecto <strong>de</strong>l<br />
Salvador con inefable amor da la bienvenida a los redimidos para que entren en el gozo<br />
<strong>de</strong> su Señor.<br />
Repentinamente retumbó sobre el aire un grito triunfante <strong>de</strong> adoración. Los dos<br />
Adanes están a punto <strong>de</strong> encontrarse. El Hijo <strong>de</strong> Dios está en pie con los brazos<br />
extendidos para recibir al padre <strong>de</strong> nuestra raza, - al ser que él creó, que pecó contra su<br />
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