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La Destrucción de Jerusalén

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Los caudillos papales estaban acongojados porque su po<strong>de</strong>r, que había hecho<br />

temblar a los reyes y a los nobles, era así <strong>de</strong>spreciado por un pobre monje, y se<br />

propusieron hacerle sentir su ira, entregándole al tormento. Pero, reconociendo Lutero el<br />

peligro que corría, había hablado a todos con dignidad y serenidad cristiana. Sus<br />

palabras habían estado exentas <strong>de</strong> orgullo, pasión o falsedad. Se había perdido <strong>de</strong> vista a<br />

sí mismo y a los gran<strong>de</strong>s hombres que le ro<strong>de</strong>aban, y sólo sintió que se hallaba en<br />

presencia <strong>de</strong> Uno que era infinitamente superior a los papas, a los prelados, a los reyes y<br />

a los emperadores. Cristo mismo había hablado por medio <strong>de</strong>l testimonio <strong>de</strong> Lutero con<br />

tal po<strong>de</strong>r y gran<strong>de</strong>za, que tanto en los amigos como en los adversarios <strong>de</strong>spertó pavor y<br />

asombro. El Espíritu <strong>de</strong> Dios había estado presente en aquel concilio<br />

impresionando vivamente los corazones <strong>de</strong> los jefes <strong>de</strong>l imperio. Varios príncipes<br />

reconocieron abiertamente la justicia <strong>de</strong> la causa <strong>de</strong>l reformador. Muchos se<br />

convencieron <strong>de</strong> la verdad; pero en algunos la impresión no fue dura<strong>de</strong>ra. Otros aún<br />

hubo que en aquel momento no manifestaron sus convicciones, pero que, habiendo<br />

estudiado las Escrituras <strong>de</strong>spués, las <strong>de</strong>clararon con gran intrepi<strong>de</strong>z para la Reforma.<br />

El elector Fe<strong>de</strong>rico había aguardado con ansiedad la comparecencia <strong>de</strong> Lutero<br />

ante la dieta y escuchó su discurso con profunda emoción. Él se regocijó en el valor, la<br />

firmeza, y la serenidad <strong>de</strong>l doctor, y estuvo orgulloso <strong>de</strong> su protector (135.) Comparó<br />

entre sí a ambas partes contendientes, y vio que la sabiduría <strong>de</strong> los papas, <strong>de</strong> los reyes y<br />

<strong>de</strong> los prelados había sido anulada por el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la verdad. El papado había sufrido<br />

una <strong>de</strong>rrota que iba a <strong>de</strong>jarse sentir en todas las naciones a través <strong>de</strong> los siglos.<br />

Al notar el legado el efecto que produjeran las palabras <strong>de</strong> Lutero, temió, como<br />

nunca había temido, por la seguridad <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r papal, y resolvió echar mano <strong>de</strong> todos<br />

los medios que estuviesen a su alcance para acabar con el reformador. Con toda la<br />

elocuencia y la habilidad diplomática que le distinguían en gran manera, le pintó al<br />

joven emperador la insensatez y el peligro que representaba el sacrificar, en favor <strong>de</strong> un<br />

insignificante fraile, la amistad y el apoyo <strong>de</strong> la po<strong>de</strong>rosa se<strong>de</strong> <strong>de</strong> Roma.<br />

Sus palabras no fueron inútiles. El día <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la respuesta <strong>de</strong> Lutero, Carlos<br />

V mandó a la dieta un mensaje en que manifestaba su <strong>de</strong>terminación <strong>de</strong> seguir la<br />

política <strong>de</strong> sus antecesores <strong>de</strong> sostener y proteger la religión romana. Ya que Lutero se<br />

negaba a renunciar a sus errores, se tomarían las medidas más enérgicas contra él y<br />

contra las herejías que enseñaba. No obstante el salvoconducto concedido <strong>de</strong>bía ser<br />

respetado y antes <strong>de</strong> que se pudiese proce<strong>de</strong>r contra él, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>jársele llegar a su casa<br />

sano y salvo.<br />

“Estoy firmemente resuelto a caminar en los pasos <strong>de</strong> mis antepasados” escribió<br />

el emperador. Estaba <strong>de</strong>cidido a no salirse <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la costumbre, ni siquiera para<br />

ir por el camino <strong>de</strong> la verdad y <strong>de</strong> la rectitud. Por la razón <strong>de</strong> que sus padres lo habían<br />

sostenido, él también sostendría al papado y toda su crueldad y corrupción. De modo<br />

que se dispuso a no aceptar más luz (136) que la que habían recibido sus padres y a no<br />

hacer cosa que ellos no hubiesen hecho.<br />

Él pareció sentir un cambio en las i<strong>de</strong>as religiosas que no concordaban con la<br />

dignidad <strong>de</strong> un rey. Son muchos los que en la actualidad se aferran a las costumbres y<br />

tradiciones <strong>de</strong> sus padres. Cuando el Señor les envía alguna nueva luz se niegan a<br />

aceptarla porque sus padres, no habiéndola conocido, no la recibieron. No estamos en la<br />

misma situación que nuestros padres, y por consiguiente nuestros <strong>de</strong>beres y<br />

responsabilida<strong>de</strong>s no son los mismos tampoco. No nos aprobará Dios si miramos el<br />

ejemplo <strong>de</strong> nuestros padres para <strong>de</strong>terminar lo que es nuestro <strong>de</strong>ber, en vez <strong>de</strong><br />

escudriñar la Biblia por nosotros mismos. Nuestra responsabilidad es más gran<strong>de</strong> que la<br />

<strong>de</strong> nuestros antepasados. Somos <strong>de</strong>udores por la luz que recibieron ellos y que nos<br />

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