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La Destrucción de Jerusalén

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que seguir viviendo y sufriendo. En las llamas purificadoras, quedan por fin <strong>de</strong>struidos<br />

los impíos, raíz y rama, - Satanás la raíz, sus secuaces las ramas. Se satisface la justicia<br />

<strong>de</strong> Dios, y los santos y todas las huestes angelicales dicen con gran voz, Amén.<br />

Mientras la tierra estaba envuelta en el fuego <strong>de</strong> venganza <strong>de</strong> Dios, los justos<br />

viven seguros en la ciudad santa. <strong>La</strong> segunda muerte no tiene po<strong>de</strong>r sobre los que<br />

tuvieron parte en la primera resurrección. (Apocalipsis 20:6.) Mientras Dios es para los<br />

impíos un fuego <strong>de</strong>vorador, es para su pueblo un sol y un escudo. (Salinos 84:11.)<br />

“Vi un Cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer Cielo y la primera tierra<br />

<strong>de</strong>saparecieron.” (Apocalipsis 21:1.) El fuego que consume a los impíos purifica la<br />

tierra. Desaparece todo rastro <strong>de</strong> la maldición. Ningún infierno que arda eternamente<br />

recordará a los redimidos las terribles consecuencias <strong>de</strong>l pecado. Sólo queda un<br />

recuerdo: nuestro Re<strong>de</strong>ntor llevará siempre las señales <strong>de</strong> su crucifixión. En su cabeza<br />

herida, en su costado, en sus manos y en sus pies se ven las únicas huellas <strong>de</strong> la obra<br />

cruel efectuada por el pecado.<br />

“Oh torre <strong>de</strong>l rebaño, fortaleza <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> Sión, hasta ti vendrá la antigua<br />

soberanía.” (Miquías 4:8.) El reino <strong>de</strong>rrotado por el pecado, Cristo lo ha recobrado, y<br />

los redimidos lo poseerán con Él. “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre<br />

sobre ella.” (Salinos 37:29.) El temor <strong>de</strong> hacer aparecer la futura herencia <strong>de</strong> los santos<br />

<strong>de</strong>masiado material ha inducido a muchos a espiritualizar aquellas verda<strong>de</strong>s que nos<br />

hacen consi<strong>de</strong>rar (489) la tierra nueva como nuestra morada. Cristo aseguró a sus<br />

discípulos que iba a preparar mansiones para ellos. Los que aceptan las enseñanzas <strong>de</strong> la<br />

Palabra <strong>de</strong> Dios no ignorarán por completo lo que se refiere a la patria celestial. Y sin<br />

embargo el Apóstol Pablo <strong>de</strong>clara: “Cosas que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni han<br />

subido al corazón <strong>de</strong>l hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (1<br />

Corintios 2:9.) El lenguaje humano no alcanza a <strong>de</strong>scribir la recompensa <strong>de</strong> los justos.<br />

Sólo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada pue<strong>de</strong><br />

compren<strong>de</strong>r la gloria <strong>de</strong>l paraíso <strong>de</strong> Dios.<br />

En la Biblia se llama la herencia <strong>de</strong> los bienaventurados una patria. (Hebreos<br />

11:14-16.) Allí conduce el gran Pastor a su rebaño a los manantiales <strong>de</strong> aguas vivas. El<br />

árbol <strong>de</strong> vida da su fruto cada mes, y las hojas <strong>de</strong>l árbol son para el servicio <strong>de</strong> las<br />

naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado <strong>de</strong><br />

las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los sen<strong>de</strong>ros preparados para los<br />

redimidos <strong>de</strong>l Señor. Allí las vastas llanuras alternan con bellísimas colinas y las<br />

montañas <strong>de</strong> Dios elevan sus majestuosas cumbres. En aquellas pacificas llanuras, al<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> aquellas corrientes vivas, es don<strong>de</strong> el pueblo <strong>de</strong> Dios que por tanto tiempo<br />

anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar.<br />

Allí está la Nueva <strong>Jerusalén</strong>, “teniendo la gloria <strong>de</strong> Dios.” “Su luz era semejante<br />

al <strong>de</strong> una piedra preciosísima, como piedra <strong>de</strong> jaspe, diáfana como el cristal.”<br />

(Apocalipsis 21:11.) Dijo Jehová: “me alegraré sobre <strong>Jerusalén</strong>, y me gozaré en mi<br />

pueblo.” (Isaías 65: 19.) “El tabernáculo <strong>de</strong> Dios con los hombres, y Él morará con<br />

ellos; y ellos serán su pueblo (490), y Dios mismo estará con ellos [como su Dios].<br />

“Enjugará Dios toda lágrima <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong> ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más<br />

llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21: 3,4.)<br />

En la ciudad <strong>de</strong> Dios “no habrá allí más noche.” Nadie necesitará ni <strong>de</strong>seará<br />

<strong>de</strong>scanso. No habrá quien se canse haciendo la voluntad <strong>de</strong> Dios ni ofreciendo alabanzas<br />

a su nombre. Sentiremos siempre la frescura <strong>de</strong> la mañana, que nunca se agotará. “No<br />

tienen necesidad <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> lámpara, ni <strong>de</strong> luz <strong>de</strong> sol, porque el Señor los iluminará.”<br />

(Apocalipsis 22:5.) <strong>La</strong> luz <strong>de</strong>l sol será sobrepujada por un brillo que sin <strong>de</strong>slumbrar la<br />

vista exce<strong>de</strong>rá sin medida la claridad <strong>de</strong> nuestro mediodía. <strong>La</strong> gloria <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong>l<br />

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