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La Destrucción de Jerusalén

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porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.” (2S. Pedro 1:5-7.10.) Este es un trabajo<br />

diario, continuar siempre y mientras dure la vida.<br />

Una santificación falsa acarrea un espíritu jactancioso, y justicia propia que es<br />

extraña a la religión <strong>de</strong> la Biblia. Mansedumbre y humildad son los frutos <strong>de</strong>l Espíritu.<br />

El profeta Daniel era un ejemplo <strong>de</strong> santificación verda<strong>de</strong>ra. Su larga vida estaba llena<br />

con servicio noble para su Maestro. Él era un hombre “varón muy amado,” (Daniel<br />

10:11) <strong>de</strong>l Cielo, y se le otorgaron tales honores como raramente han sido otorgados a<br />

mortales. Sin embargo su pureza <strong>de</strong> carácter e incambiable fi<strong>de</strong>lidad constante<br />

solamente por su humildad y contrición. En lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>mandar ser puro y santo, este<br />

profeta honrado se i<strong>de</strong>ntificó a sí mismo con el verda<strong>de</strong>ramente pecaminoso <strong>de</strong> Israel,<br />

como él suplicó ante Dios en nombre <strong>de</strong> su pueblo: “no elevamos nuestros ruegos ante ti<br />

confiados en nuestras justicias, sino en tus gran<strong>de</strong>s misericordias,” “hemos pecado,<br />

hemos obrado impíamente.” Y “a causa <strong>de</strong> nuestros pecados, y por la maldad <strong>de</strong><br />

nuestros padres, <strong>Jerusalén</strong> y tu pueblo son el oprobio <strong>de</strong> todos en <strong>de</strong>rredor nuestro.” Él<br />

(301) <strong>de</strong>clara: “Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado <strong>de</strong><br />

mi pueblo Israel, y <strong>de</strong>rramaba mi ruego <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Jehová mi Dios.” (Daniel<br />

9:18.15.16.20.) Y cuando más tar<strong>de</strong> el Hijo <strong>de</strong> Dios apareció en contesta a sus oraciones<br />

para darle instrucción, él <strong>de</strong>clara: “se <strong>de</strong>mudó el color <strong>de</strong> mi rostro hasta quedar<br />

<strong>de</strong>sfigurado, y perdí todo mi vigor.” (Daniel 10:8.)<br />

Los que verda<strong>de</strong>ramente tratan <strong>de</strong> perfeccionar su carácter cristiano nunca<br />

favorecerán el pensamiento que ellos son sin pecado. Cuanto más sus mentes moran<br />

sobre el carácter <strong>de</strong> Cristo, tanto más se acercan a su imagen divina, cuanto más<br />

claramente disciernen su intachable perfección, tanto más profundamente sentirán su<br />

<strong>de</strong>bilidad propia y <strong>de</strong>fectos. Los que <strong>de</strong>mandan estar sin pecado, dan evi<strong>de</strong>ncias que<br />

están lejos <strong>de</strong> la santidad. Es porque no tienen conocimiento verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Cristo para<br />

que puedan mirarse a sí mismos reflejando su imagen. Entre más distancia haya con su<br />

Salvador, más rectos aparecen en sus propios ojos.<br />

<strong>La</strong> santificación expuesta en las Santas Escrituras abarca todo el ser: espíritu,<br />

cuerpo y alma. San Pablo rogaba por los tesalonicenses, que “todo vuestro ser, espíritu,<br />

alma y cuerpo,” “sea guardado irreprensible para la venida <strong>de</strong> nuestro Señor Jesucristo.”<br />

(1 Tesalonicenses 5:23.) Y vuelve a escribir a los creyentes: “Os exhorto por las<br />

misericordias <strong>de</strong> Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo,<br />

agradable a Dios.” (Romanos 12:1.) Se les mando a los judíos ofrecer en sacrificio a<br />

Dios solamente animales libres <strong>de</strong> enfermedad o mancha. Así se requiere <strong>de</strong> los<br />

cristianos preservar todas sus fuerzas en la mejor condición posible para el servicio <strong>de</strong>l<br />

Señor. Dice San Pedro: “abstengáis <strong>de</strong> los <strong>de</strong>seos camales (302) que batallan contra el<br />

alma.” (1S. Pedro 2:11.) <strong>La</strong> Palabra <strong>de</strong> Dios hará solamente una impresión débil sobre<br />

cuyas faculta<strong>de</strong>s son entorpecidas por alguna gratificación pecaminosa. El corazón no<br />

pue<strong>de</strong> preservar consagración a Dios mientras se favorecen los apetitos animales y<br />

pasiones a costa <strong>de</strong> salud y vida. San Pablo escribe a los corintios: “limpiémonos <strong>de</strong><br />

toda contaminación <strong>de</strong> carne y <strong>de</strong> espíritu, perfeccionando la santidad en el temor <strong>de</strong><br />

Dios.” (2 Corintios 7:1.) Y entre los frutos <strong>de</strong>l Espíritu - ”amor, gozo, paz, paciencia,<br />

benignidad, bondad, fi<strong>de</strong>lidad, mansedumbre,” - clasifica la “templanza.” (Gálatas<br />

5:22,23.)<br />

A pesar <strong>de</strong> estas inspiradas <strong>de</strong>claraciones, ¡cuántos cristianos <strong>de</strong> profesión están<br />

<strong>de</strong>bilitando sus faculta<strong>de</strong>s en la búsqueda <strong>de</strong> ganancias o en el culto que tributan a la<br />

moda; cuántos están envileciendo en su ser la imagen <strong>de</strong> Dios, con la glotonería, las<br />

bebidas espirituosas, los placeres ilícitos! Y la iglesia, en lugar <strong>de</strong> reprimir el mal,<br />

<strong>de</strong>masiado a menudo lo fomenta, apelando a los apetitos, al amor <strong>de</strong>l lucro y <strong>de</strong> los<br />

placeres para llenar su tesoro, que el amor a Cristo es <strong>de</strong>masiado débil para colmar. Si<br />

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